Memorias de un cautivo

El presente texto, y como él mismo pidió que se llamara «Memorias de un cautivo», esta formado por los diarios de mi tio abuelo, donde relata sus vivencias durante los años más oscuros de España. Leerás las aventuras, pensamientos y vivencias de un joven veinteañero de Cuenca que acaba condenado a muerte en Barcelona por escuchar la radio y cómo sobrevive a la guerra sin utilizar una bala.
Todos los textos están escritos de su puño y letra en los diferentes diarios que escribió durante la guerra civil española y los posteriores años, por lo que pido humildemente perdón de antemano si encuentras alguna errata transcribiendo el puño y letra de un médico.
Memorias de D. Antonio Vicente, 23/11/1916 Cuenca.

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Julio de 1936

El golpe de Estado en España de julio de 1936 fue una sublevación militar dirigida contra el gobierno de la Segunda República surgido de las elecciones de febrero de aquel año y cuyo fracaso parcial condujo a una guerra civil y, derrotada la República, al establecimiento de una dictadura, vigente en el país hasta la muerte del dictador Francisco Franco en 1975.

Me encuentro en Madrid en el mes de Julio y allí recibo la noticia del Alzamiento y posterior fracaso en Cataluña, Levante, Vascongadas, Asturias y parte de Andalucía, además de otros puntos importantes.

Vivía en una pensión de la calle Manuel Cortina y como abundaban las detenciones, encarcelamientos y «paseos» opté por irme a mi pueblo natal, Palomares del Campo (Cuenca) en la confianza de que allí nada malo ocurriría, pero a los pocos días nos vimos obligados a permanecer ocultos en distintos domicilios de amigos y pasar muchas horas en el campo, hoy por un paraje determinado, mañana por otro totalmente opuesto.

Mis padres y mi hermana se refugiaron en Zafra de Záncara (Cuenca) en casa de unos parientes y mis hermanos y yo pululábamos por Palomares pues apenas podíamos entrar en nuestra casa, ya que el «Comité» se había incautado de todos los bienes muebles e inmuebles, semovientes, etc., incluida la cosecha de 1935 que aún estaba en las cámaras, juntamente con la del año 1936 que en aquellas fechas se estaba recolectando.

Al terminar la guerra nos encontramos con las cámaras vacías y dos mulas viejas.

Palomares vivió momentos muy difíciles y sumamente peligrosos que se salvaron felizmente gracias al patrocinio de la Virgen de la Cabeza que durante toda la guerra tuvo unas lamparillas encendidas en casa de una buena devota, y la valiente intervención de Agustín Álvarez («el cestero») anarquista en Cuenca que con mucha arrogancia y extremada exposición se enfrentaba con cuantos intentaban hacer alguna redada y posterior escabechina, al igual que iba ocurriendo en la mayoría de pueblos de alrededor (Montalbo, Torrejoncillo del Rey, Villarejo de Fuentes, Almonacid, Villamayor de Santiago, etc., etc.) que los montaban en camiones y a los pocos kilómetros, en cualquier cuneta, les daban el paseo sin más interrogatorio ni juicio, basándose en los cargos que aparecían en una simple denuncia, muchas veces verbal, en la que los cargos que se les hacían era que iban mucho a misa, que tenían amistad con los curas, Guardia Civil y cosas parecidas, pero silenciaban que la mayoría de esos señores en momentos de falta de trabajos temporales eran los que les llenaban los costales de trigo y las alcuzas de aceite y que el pago que recibían era llevarles al paredón.

Movilizados mis dos hermanos y viendo que en breve también me tocaría a mí, en Junio de 1937 juntamente con mi primo hermano Antonio *** **** nos fuimos voluntarios a la División 43, antes Columna del Rosal formada por las brigadas 59, 60 y 61, que eran precisamente en las que estaban mis hermanos para ver de conseguir junto a ellos algún enchufe, como así fue, pues a mi primo le destinaron a Intendencia de la 61 y a mí a Sanidad de la 59, que en aquellas fechas se encontraba en Embid y Sitio Bajo, reorganizándose para salir hacia el frente de Teruel.

La 43.ª División fue una de las Divisiones del Ejército Popular republicano que se organizaron durante la Guerra Civil española sobre la base de las Brigadas Mixtas para defender la Segunda República española. Popularmente es conocida como la Heroica.

Casi todos los mandos procedían de la Columna del Rosal y la mayoría con militancia en la C.N.T., el Jefe era un tal Neira (antes albañil) y Fausto era el Comisario político.

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El Comandante médico de Sanidad, Donato Nombela, no era rojo como luego se verá y teníamos a los médicos José Cosme y Rico, ambos capitanes, y a los tenientes Ángel Pérez, Juan Rodero y otro cuyo nombre no recuerdo, el teniente practicante Félix Camarero y otro y el personal auxiliar integrado por varios sanitarios y camilleros entre los que estaban Luis López Culebras, Mariano Castellanos «Litri», Claudio, Polín, etc., y cómo es lógico, yo mismo.

Los batallones tenían su plantilla de médicos, practicantes, y los que nombro antes fuimos los que nos hicimos cargo del Hospital de Vanguardia del que en su momento haré mención especial.
Como estaba bastante más ágil que ahora, me distinguieron nombrándome Instructor de Gimnasia y Deportes y ahí me tienes, recordando las clases que años antes había recibido en el Colegio Maravillas de cuenca. 

«Reorganizada» la brigada, salimos para el frente de Teruel haciendo unas etapas en Cañete y Salvacañete para luego instalarnos en el Hospital de Vanguardia que se montó en un barracón de madera en las afueras de un pueblecito de Teruel que se llama Toril, próximo a Jabaloyas, Saldón, Albarracín y otros en cuyos términos se estaban librando duros y sangrientos combates que culminaron con la toma de Teruel por parte del Ejército Republicano. Muchos de los heridos, sobre todo los más graves, nos los llevaban al Hospital y se les practicaba una cura de urgencia, trasladándolos después a otro Hospital próximo, a Cañete instalado en una finca conocida como el Cañizar o también al Hospital de Cuenca. Muchas veces fui de sanitario responsable de la ambulancia y en más de una ocasión, se nos morían los heridos en el camino.

La mayoría de los heridos que nos traían eran milicianos de la Columna de Hierro que apechugaron con la peor zona del frente. Muchos eran valencianos, como F. Molina.

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Puede imaginarse en las condiciones de higiene, asepsia, … en las que trabajamos y vivíamos cuando carecíamos de energía eléctrica, agua, etc., puesto que como antes dije el Hospital estaba montado en un barracón de madera prefabricado. Como en pocos días tuvimos tantas bajas que casi diezmaron en su totalidad los efectivos de hombres de que disponíamos, nos relevaron para «reorganizarnos» de nuevo.

En Septiembre volvimos a Embid, Mariana y Villalba de la Sierra y los de Sanidad nos acomodamos en una finca conocida como El Sitio Bajo a 18 Kms. de Cuenca, en la carretera de la Ciudad Encantada. De comodidades, higiene, etc., mejor no acordarse y menos mal que el río Júcar lamía las tapias del caserón que ocupábamos, lo que nos permitía darnos algunos chapuzones en sus gélidas aguas.

En este mismo edificio se instaló lo que era el Estado Mayor de la Brigada, teniendo como jefe a un Capitán y de comisario político a Fausto, para mí más bien infausto. Por necesidades del servicio me pasaron a la Plana Mayor para desempeñar una labor administrativa.

Allí estuvimos conviviendo hasta el día 2 de Diciembre, fecha en la que nos detuvieron a varios de Sanidad y a otros como Antonio *** y Germán Leis que prestaban servicio en Intendencia de la Brigada 61 y destacados a unos 1.500 metros de nosotros.

Cómo es lógico, alternábamos con todos los que vivían en Sitio Bajo y teníamos nuestros ratos de ocio y juergas que mucho a veces terminaban con más que voces, pues en el fondo no podríamos dejar de ver que aquellos con los que teníamos que convivir eran nuestros enemigos y elementos de mucho cuidado que nunca abandonaban sus gorrillas de visera y pañuelos rojos y negros como buenos militantes de la F.A.I. o C.N.T. procedentes de la tristemente célebre Columna del Rosal.

La Federación Anarquista Ibérica (FAI) es una organización fundada en 1927 en Valencia, como continuación de tres organizaciones anarquistas, la portuguesa, União Anarquista Portuguesa y las española Federación Nacional de Grupos Anarquistas de España y Federación Nacional de Grupos Anarquistas de Lengua Española en el Exilio teniendo de esta forma un ámbito de actuación ibérico. En la actualidad la organización forma parte de la Internacional de Federaciones Anarquistas.

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Decía un profesor mío que la simpatía y la antipatía eran recíprocas, y es verdad.

Aunque dejé de pertenecer a Sanidad, seguí durmiendo en la misma habitación que antes y cada noche nos reuníamos en un escondite en torno a un aparato de radio para oír las noticias y luego la emisión que hacía Radio Nacional de España con Queipo de Llano en Sevilla, porque era un verdadero lenitivo que nos ayudaba a levantar la moral para poder sobrellevar lo mucho que teníamos encima.

Entre el personal de milicia había un sargento apodado el Gallo, cuya profesión anterior había sido la de cargador del puerto de Sevilla. Presumía de ser gallito peleón y gozaba con promover disputas y pendencias y le gustaba desafiar amigablemente a echar un pulso o un estira-garrote o simplemente como si fuera un combate de lucha libre a ver quién volcaba antes a sus oponentes. Yo tenía entonces 20 años y pesaba 96 Kg, pero de músculo porque fui muy aficionado al deporte y a la gimnasia que practicaba en la Gimnástica de Madrid, y aunque el célebre gallo me provocaba y retaba para medir las fuerzas, yo procuraba eludirlo, pero llegó un momento en que se me hincharon las barbas y dije, vamos a ver quién le pica la cresta al otro. Primero echamos varios pulsos y siempre me ganó, pues tenía una habilidad especial en el juego de muñeca. Después en unos estira-garrotes siempre le vencí (él pesaría unos 70 Kg) y por último unas caídas y como veía que no podía con mis 96 Kg me susurró al oído insultos en alguno de los cuales en mala hora se acordó de mi madre y allí se me llenó el vaso y sin más contemplaciones la emprendí con él dejándolo como un trapo. Al día siguiente se apuntó a reconocimiento y se le dio baja de servicio durante varios días. Me juró varias veces que se vengaría del ridículo en el que le había dejado.

Quizá por imprudencia de alguno de los que asiduamente acudíamos cada noche a oír el parte de guerra, llegó a conocimiento del comisario nuestras escuchas y sin más contemplaciones, procedió a nuestras detenciones.

Como antes he dicho, yo estaba en la plana mayor y entre otros, mi cometido era redactar la consigna para la guardia, por lo que a última hora de la tarde del día 2 de Diciembre de 1937 cuando estaba en la oficina mecanografiando el texto de la de aquella noche, se oye «la pregunta PAN y la respuesta TOROS», de pronto, se abrió la puerta y apareció el comisario acompañado de un cabo y dos armados y me preguntó cómo me llamaba, a lo que contesté «vete a hacer puñetas». Volvió a hacerme la misma pregunta y le contesté en la misma forma, se encabritó y me preguntó por tercera vez. Dándome cuenta que la cosa se ponía fea le dije mi nombre y apellidos.

Seguidamente ordenó al cabo: Cabo de Guardia, Vicente *** ****  (yo) rigurosamente incomunicado, a la habitación y tráigame todo lo que lleve encima, menos la ropa.

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Mi primera encarcelación:

Complot hacia Zona Nacional

Comprendí que no era broma, pero poco podía hacer en mi defensa por no poder imaginarme el por qué de su actitud.

En la habitación había una mesa de cocina y muchos sacos llenos de trigo, estaba sin luz porque el interruptor lo tenía fuera. Después de un par de horas vino el comisario con el sargento gallo y otro más (cuyo nombre no recuerdo) y empezaron a interrogarme, pero en términos que no podía contestar porque desconocía el asunto, me amenazaron con apalearme si cuando volvieran no declaraba (aunque no se sobre qué debía declarar), pero al final, me dejaron en paz durante un tiempo.

A su vuelta lo hicieron en un tono muy paternal tratando de convencerme para que dijera lo que ellos querían y así evitaría que tuvieran que emplear la violencia, pero en vista de mi silencio la emprendieron a tortazos y me dijeron que habían detenido al comandante médico Nombela, al teniente médico Ángel Pérez Sánchez, al sargento Rabaneque, a Luis López Culebras, Mariano Castellanos, Germán Lis, a mi primo Antonio ****, al capitán de transmisiones y a varios más y que ya sabían que estábamos organizando un complot para pasarnos todos a Zona Nacional tan pronto cómo llegáramos al frente de Teruel.

Como insistía que yo no sabía nada, siguieron torturándome hasta casi perder el conocimiento. Cuando me rehice, me di cuenta que en la habitación tenía por compañeros una verdadera legión de simpáticos ratones muy gordos y lustrosos, pues el trigo no les faltaba.

Pasé el día 3  sin que me molestaran hasta que a la caída de la tarde me subieron a lo que era mi oficina y allí me hicieron un nuevo interrogatorio acompañado de no pocas torturas aumentando las amenazas de muerte si no declaraba como, según ellos, ya lo habían hecho otros.

El día 4  nueva visita cariñosa y un folio para que firmara lo que ellos habían escrito, cosa que no consiguieron. Me leyeron lo que otros habían declarado acusándome. Entre los declarantes figuraba mi primo Antonio. Igual habían hecho con los demás mostrándoles el folio que yo había firmado, habían falsificado mi firma cómo luego quedaría aclarado.

Al amanecer del día 5  oí una descarga cerrada y al poco tiempo vinieron a por mí, nada más cruzar un puente sobre el río Júcar, me estaba esperando el gallo que empezó a abofetearme y como cuando echamos las caídas, se volvió a acordar de mi madre y le solté un mamporro que cayó al suelo.

Seguidamente me ató las manos a la espalda y me infló a golpes mientras me decía «¿ves ese que hay ahí fusilado? Es Culebras que no ha querido declarar y ahora te toca a ti, así es que si en el plazo de tres minutos no hablas, puedes darte por muerto.»

Pasó el plazo dado y ordenó al cabo que formara al pelotón de ejecución y a mi me situara a unos 20 metros, próximo al cuerpo sin vida de Luis. Me coloque en el lugar señalado y a su vez él fue junto al pelotón y dando la voz de «apunten, fuego!» Silbaron las balas por encima de mi cabeza y de pronto, se levantó del suelo el que decían que era Culebras y acercándose a mi me dijo: “hostia que susto te hemos dado”, ni que decir tiene que yo sentí como que me habían matado, pues para mí fue esa la impresión pero con la suerte que todo fue un puro simulacro de fusilamiento, teniendo la enorme suerte que ninguno errara el tiro.

Para quitarme el susto me dieron una copa de aguardiente (yo creo que le faltaba de hielo) y me volvieron a mi “checa” hasta que a eso de las cinco de la tarde que me sacaron y me hicieron subir a un coche en el que estaba sentado el comandante médico D.N.G.

Nos custodiaban un sargento y un soldado además del chófer. Al rato de ir en marcha, Nombela me cogió de la mano y me dijo: «Vicente, nos dan el paseo». Mientras yo rezaba, el sargento decía que ya nos quedaba poco.

En un camino de herradura que se adentraba hacia los pinares de Embid, nos bajaron del coche y nos hicieron avanzar por entre los pinos, nos decían «pa que vamos a andar más, aquí mismo los despachamos.» Tras numerosos insultos nos dieron unas bofetadas y nuevamente nos metieron en el coche y comentaban que era mejor llevarnos a las tapias del cementerios de Cuenca (allí fusilaron a muchos) pero al llegar al puente de San Antón torcieron hacia la izquierda y luego por el puente de la Trinidad, calle Ancha y Alfonso VIII, hasta la anteplaza de la Plaza Mayor y desde allí, por la angosta calle del Canónigo Ayala, subir a la Plaza de la Merced e introducirnos en el Seminario Conciliar de San Julián (de voluminosa arquitectura con una magnífica portada barroca que, por falta de tiempo, no pudimos admirar).

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Mi segunda encarcelación:

El Seminario

Una vez en el seminario nos hicieron una ficha con filiación completa incluso con huellas dactilares, nos instalaron en unas celdas de la planta sótano. La mía tendría 25 o 30 m2, una ventana que daba a la calle Alcázar, por la que se accede a la plaza de Mangana en cuya torre hay un reloj conocido por este mismo nombre.

En esta celda pasé las Navidades de 1937 y recibí a 1938.

Una mañana, no amanecía, y es que cayó tal nevada que tapó la ventana de la celda que estaba a altura de la calle. Pasé un frío tremendo, sin más prenda de abrigo que el capote manta que tenía puesto en el momento que me detuvieron. En el catre de tablas de madera tenía una colchoneta de esparto en la que me pasaba el día y la noche, acurrucado y rezando. De allí solo salía para ir al servicio acompañado de un centinela y cuando me llevaban a declarar ante el temible Saavedra y el no menos sanguinario Ismael. El primero juntamente con un tal Arellano era el jefazo del SIPM de cuenca y su provincia .

El Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) fue la agencia de inteligencia que existió en la zona sublevada durante la Guerra Civil Española y durante los primeros tiempos de la Dictadura franquista. Durante la contienda jugó un importante papel en el establecimiento de la «quinta columna» en la zona republicana.

Uno de los centinelas (que sin duda pensaba más o menos como yo), se me ofreció para llevar algún mensaje a algún familiar o amigo y aproveché para pedirle a Doña Justa una manta, una camiseta y una cuchara, que me llevó inmediatamente, favor que nunca olvidaré y que al terminar la guerra pude devolverle con creces al conseguir sacar a un hijo suyo del campo de concentración de San Juan de Mozarrifar (Zaragoza) ya que el único delito que le podían imputar era que fue oficial de Sanidad del ejército rojo.

En otra ocasión envié otro mensaje a Agustín Álvarez, el cestero, para que viera la forma de sacarme de allí pero no lo logró y me consta que hizo innumerables gestiones.

En la noche del día 6 me subieron a declarar ante el tal Saavedra (un abogado señorito de Almería) al que acompañaban Ismael y otro que tomaba nota de las declaraciones. Cuando me devolvían a la celda iba bien templado.

Esta operación se repetía con muchísima frecuencia hasta que el día 28 de enero nos llevaron al convento de las Carmelitas Descalzas que tiene unas galerías y ventanas con vistas a la Hoz del Huecar desde las que podíamos contemplar uno de los más bellos rincones de Cuenca. Al entrar en las Descalzas nos recibió su director, Don Antonio. Había un oficial de prisiones que se llamaba Barreña y nos hicieron nueva ficha de filiación, por cierto, el escribano era D. Ramón Melgarejo y Baillo, más concretamente de Barchín del Hoyo, señor éste que también estaba preso.

Allí me junté con el resto de los detenidos de la brigada. A mi primo Antonio y otros, los pusieron en libertad desde el Seminario. También estaban detenidos otros civiles de Cuenca que decían estaban compinchados con nosotros en el célebre complot. A todos se nos advirtió que podíamos comunicarnos entre nosotros pero que quedábamos incomunicados con el resto de la población penal y con la calle. Como se ve una medida muy inteligente.

El primer encuentro entre nosotros fue muy desagradable porque todos nos echamos en cara las quejas que teníamos “Tú me acusaste de …», y el otro decía «y tú a mí de …». Enseguida comprendimos que todo había sido una patraña amañada por nuestros torturadores.

En las Descalzas ya no se nos molestó con declaraciones y por tanto se acabaron los malos tratos. Se hacía más llevadera la carga que tratábamos de soportar entre todos pensando en cuál sería nuestro futuro. Teníamos agua abundante, desde luego fría, que nos permitía asearnos bien todas las mañanas, como muy bien lo podría confirmar López Valencia.

Al enterarse mi novia Petra, destinada en Valencia, que yo estaba detenido en Cuenca, pidió el traslado al Instituto de Segunda Enseñanza y tan pronto como se lo concedieron se fue allí para poder estar cerca de mí y ayudarme en la medida de lo posible. Teníamos en la cárcel unos ordenanzas, también presos, que nos comunicaban con la calle todo lo que podían, se llamaban Juan Domínguez Barreda, el fraile. Ellos, jugándose el tipo, hacían llegar a nuestras familias algunas notas que ellos contestaban y nos pasaban los paquetes de comida, ropa y tabaco que nos llevaban.

Cuando hacía buena tarde Petra y Aurelia subían a Las Angustias y se paseaban por el puente de San Pablo y como yo las esperaba y sabía que irían tocadas con pañuelos en la cabeza, desde mi encierro, me hacía la ilusión de estar con ellas.

Petra consiguió por mediación de un amigo, llamado Jesús Torrecilla que tenía un cargo de alguna responsabilidad, que le dieran una autorización para verme y acompañada de Aurelia y Javier Romero, un buen día, me dio la enorme alegría de poder estar un rato juntos, aunque separados por las fuertes rejas del locutorio, que era el que tenían las monjas de clausura que allí había habido. En los vértices de la reja había unos pinchos y tanto se aproximó Petra que con uno de ellos se hizo una picadura en la frente ( le sangraba bastante y que tuvo que ser curada por un médico que estaba detenido llamado Benjamín Sevilla). Aún conserva la cicatriz.

Pregunte a Petra por mi primo Antonio y me dijo que le habían puesto en libertad unos días antes a lo que yo indignado contesté: «Así se comprendían las declaraciones que hizo en contra mía y de los demás», y me aclaró Petra, «no pienses mal porque igual le pasó a él, pero se dio cuenta que en una declaración firmada por ti figuraba tu apellido mal escrito y les dijo que esa declaración no la había hecho su primo porque no es posible que ponga su segundo apellido con “Yen vez de «Ll». Como es lógico, a partir de entonces comprendía perfectamente la argucia empleada y rectifiqué.

El día 11  nos llegó la noticia que nuestro sumario lo habían remitido al Tribunal Central de Espionaje y Alta Traición, con sede en Barcelona y que son trasladarían allí en fecha inmediata, cosa que se consumó en la noche del 12 al 13.

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Mi tercera encarcelación:

Montjuic, Barcelona

Unos de los ordenanzas me comunicó que, en la subida desde la Plaza del Trabuco a la calle San Pedro, estaban esperándome Petra y Aurelia para despedirme, como así ocurrió, dándonos unos abrazos muy cortos pero tan emotivos y tan llenos de verdadero amor como para no olvidarlos en la vida y más aún si recuerdo que fueron acompañados de un pan lleno de chorizos y tortilla.

En la expedición íbamos todos los de la Brigada y un buen número de civiles a los que he hecho alusión antes. Unos en camión con toldo y otros en aquellos autocares de varias puertas con carrocería ligera y toldo de lona de los que se servían los guardias de asalto. Íbamos custodiados por números de la Guardia Republicana, casi todos procedentes de la Guardia Civil, mandados por un teniente de igual procedencia que, si mal no recuerdo, se apellidaba Real y unos agentes del SIM bajo las órdenes del célebre Ismael.

Me olvidaba decir que además de los dos grupos que he citado, también llevaron a Barcelona a unos cuantos Guardias Civiles y Seguridad o Asalto.

El Servicio de Información Militar (SIM) fue el nombre de la agencia de inteligencia y del servicio de seguridad de la Segunda República Española durante la Guerra Civil Española. El objetivo de este organismo era limitar las actividades de quintacolumnistas, anarquistas, «incontrolados» y otros desestabilizadores.1 Dado que se encargó también de las labores de represión en la retaguardia republicana, durante su corta historia no tuvo una buena reputación entre la población.

Al llegar al Puerto de Contreras, pararon los camiones y los agentes del SIM quisieron bajarnos para, simulando una rebelión o evasión, aplicarnos la Ley de Fugas y acribillarnos a balazos. Entonces se entabló una gran disputa entre los del SIM y el teniente Real que dijo que, por encima de todo, él cumpliría la orden que recibió de sus superiores y a costa de lo que fuera necesario, entregaría en Barcelona a algún representante de Tribunal Central de Espionaje y Alta Traición a la totalidad de los prisioneros, como así ocurrió, cuando a primeras horas de la tarde del día 13 ateridos de frío y sin que nos dieran nada de comer, llegamos a Barcelona y nos metieron en las bodegas del barco Argentina, gemelos del Uruguay, los dos habilitados para cárcel.

De cena nos dieron un caldo, más bien agua templada con unos, muy pocos, garbanzos duros como balas. Nos fuimos acomodando en las literas y enseguida empezaron a enseñarnos sus bigotes, unas enormes ratas.

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Cuando no habíamos conciliado el sueño, sonó un timbre y nos ordenaron que tomáramos lo que tuviéramos y subiéramos a cubierta y luego, en varios camiones nos llevaron al castillo de Montjuïc a los que estábamos en situación militar y a la cárcel modelo y otras a los civiles. En el castillo estábamos francamente bien, dentro de todo lo bien que se puede estar en semejante situación. La comida era aceptable pues teníamos asignadas las mismas raciones que la tropa en acuartelamiento o en los frentes.

Aquí hice buenas amistades entre catalanes como Majín Valdeperas, Mateu Manguillot, Cos, Llorens o Lloret, Rosell y otros, gracias a los cuales de vez en cuando era invitado a participar de las meriendas que recibían de sus familias, pues aunque como antes he dicho, las comidas eran aceptables no se podía evitar el olorcillo característico del rancho con sus inconvenientes al tener que cocinar para tanto comensal. Teníamos una cantina en donde el que disponía de dinero podía tomar lo que le apetecía, tanto de comidas como de bebidas. Como yo andaba a dos velas, solo la visitaba cuando algún amigo me invitaba por alguna celebración.

He dicho que entre mis amigos catalanes contaba con Manguillot, del que luego hablaré y Rosell, un chico muy joven con una educación y formación ejemplar cuya profesión era la de tallista o quizá mejor tallador de joyería y cristalería. Hacía verdaderos primores en galatit, yo creo que entonces tratando de imitarlo se me despertó la afición o lo que es ahora mi hobby, los bastones. También de Cuenca conocía allí a Inocencio Chavarría y otro más, Pepe “el muletero”.

También, del Santuario de la Virgen de la Cabeza de Andujar, había un buen número de guardias civiles hechos prisioneros durante el asedio y posterior toma. De ellos quiero dedicar un especial recuerdo a uno bastante joven que, como consecuencia de una herida, le tuvieron que amputar un brazo y, manco, hacía maravillosos trabajos manuales, incluso tallas. Conocí al capitán médico Estanislao Orero Chávarri, prisioneros de Quinto o Belchite del que haré comentario más adelante.

Sin duda por mi condición de hijo y hermano de médicos tuve mayor contacto con los colegas de mis familiares, entre los que quiero recordar a Ángel González Paracuellos, Navarro y Lasobras, los tres tenientes médicos hechos prisioneros en la toma de Teruel.

Un buen día, a través de los altavoces, nos llamaron a Luis y a mí para que acudiéramos a uno de los salones de visitas y la verdad, nos asustamos, porque estas llamadas no solían ser para cosas muy agradables. Efectivamente teníamos visita del padre de Luis, Nicolás López Montoro y Juan Ángel, el de Belmontejo que además de la alegría de abrazarlos nos llevaron unos talegos de comida que nos supo a gloria.

Comentando con ellos las peripecias y calamidades que habíamos pasado, nos dijo Nicolás que un día fue a visitarlos en la Parrilla el canalla de Saavedra y que después de merendar a cuerpo de rey les dio la enhorabuena porque tenían un hijo que, además de guapo y arrogante era un valiente muy sufrido porque a pesar de las palizas que le propinaron no lograron conseguir que hiciera una declaración. ¡Hace falta ser canalla para estas cosas decírselas a su propia madre y hermana!.

Yo estaba en una celda de las destinadas a los condenados a muerte, aunque aún no había sido juzgado pero esperando que cuando lo fuera, me condenarían. Entre nosotros al Tribunal Central de Espionaje y Alta Traición que, como antes he dicho fue al que mandaron nuestro sumario, le llamábamos fotomatón, porque al que juzgaban le pedían por lo menos una pena de muerte que nunca era permutada por pena menos grave.

Cruzando la galería que conducía a los servicios un día vi que iba con un centinela joven de mi edad al que quise reconocer y efectivamente, pude enterarme que se trataba de José Luis Cervera, el jabato compañero mío que fue en el Colegio Maravillas. A los pocos días le fusilaron en el célebre foso de Santa Elena.


En la misma celda que yo tenía, había estado sentado esperando su ejecución el anarquista Francisco Ferrer Guardia, procesado en 1906 acusado de estar implicado en el atentado contra los reyes en el día de su boda, pero no resultando probada su culpabilidad en el mismo, quedó libre. Luego fue acusado de haber organizado la revolución de Barcelona de 1909 que llamaron la Semana Sangrienta y lo condenaron a muerte, fue ejecutado en los mismos fosos de Santa Elena. Desde allí me subieron a un dormitorio corrido que era mucho más agradable.

Se conoce con el nombre de Semana Trágica a los sucesos acaecidos en Barcelona y otras ciudades de Cataluña entre el 26 de julio y el 2 de agosto de 1909. El desencadenante de estos violentos acontecimientos fue el decreto del primer ministro Antonio Maura de enviar tropas de reserva a las posesiones españolas en Marruecos, en ese momento muy inestable, siendo la mayoría de estos reservistas padres de familia de las clases obreras. Los sindicatos convocaron una huelga general.

10 de abril de 1938

A última hora de la tarde dieron un toque de atención y empezaron a nombrar a los que figurábamos en una gran lista que comprendía todos los que contábamos mejor edad y condiciones físicas y nos dieron orden de que recogiésemos todo porque a la mañana siguiente salíamos hacia un nuevo destino, sin decirnos dónde.

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Mi cuarta encarcelación:

Tarragona

11 de Abril de 1938

Nos sacaron del Castillo y en camiones nos trasladaron a una estación de ferrocarril, quizá a la de Sants, y nos embarcaron como borregos en un tren de mercancías con vagones llenos de paja y heno aunque en honor a la verdad, tengo que decir que algún vagón era de asientos de madera y como es natural de clase “tercerola”. A mí me tocó disfrutar de este confort. En cada vagón llevábamos un vigilante en cada puerta. Según comentaron luego a alguno de los detenidos los arrojaron por la ventanilla al paso de un túnel.

Llegamos hasta Hospitalet de Infante (Tarragona) y nos metieron a los poco más o menos 1500 que componíamos la expedición en la plaza porticada del pueblo, a la que se accedía por una sola puerta, circunstancia ésta que simplificaba la vigilancia y guardia.

El espacio de que disponíamos no nos permitía el poder tumbarnos todos. De comida y cena nada de nada y a la mañana siguiente se presentó a nosotros el que dijo ser el jefe del campo de trabajo número dos, que íbamos a formar. El sargento Monroy que mandaba a los vigilantes que tuvimos la mayor parte, anarquistas del Bajo Aragón que huyeron de sus pueblos a medida que avanzaban las tropas naciones, casi todos, por no decir todos, implicados en numerosos hechos delictivos, incluso en fusilamientos. Eran verdaderas fieras que dieron muestra de que nuestras vidas les importaban un bledo, lo demostraron cumplidamente en más de una ocasión.

Como llevábamos casi dos días sin que nos dieran nada de comer, excuso decir que teníamos hambre y echábamos mano de lo que se ponía a nuestro alcance, ocurrió que un niñato catalán se quejó al jefe del campo de que le habían robado de su mochila o macuto, un bote de leche y algo de embutido. Sin pensarlo mucho nos sacó a una explanada contigua a la plaza, se nos formó y comentó el “robo” para acto seguido, decir que saliera el que lo hubiera hecho, pero nadie dio un paso al frente. Entonces le dijo al niñato que si sabía quién podía haber sido el ratero y sin dudarlo mucho, señaló a uno que lo negaba. El jefe le creyó y lo llevó a su lado, nos echó una arenga y sin ningún escrúpulo sacó la pistola y le disparó dos tiros en la cabeza, que le produjeron la muerte instantánea.

Al momento pidió dos voluntarios para hacer una fosa dónde darle sepultura y cómo no salimos ninguno, sacó a los dos que le pareció y aunque se resistían a hacerla (entre otras razones porque no tenían fuerza ni para coger el pico y la pala), viendo que esa fiera sería capaz de pegarles a ellos otros dos tiros, hicieron la zanja donde se le enterró. Con la frialdad que cuento como ocurrió, ya pueden imaginarse la moral que nos inyectó el célebre sargento Monroy.

En las proximidades de la costa había un campo de algarrobos cercado y nos trasladaron a él para que nos hiciéramos una chabola, pues allí se instaló el campo de trabajo número dos.

12 de abril de 1938

Nos llevaron al Coll de Balaguer para hacer unas fortificaciones de baterías de costa, nidos de ametralladoras y caminos cubiertos. El rancho lo hacían en el campamento y nos lo llevaba un carro tirado por una mula. La mayoría de los días, el rancho era un arroz blanco que llegaba hecho un engrudo, el agua la cogíamos de una especie de aljibes que abundaban en las estribaciones del Coll de Balaguer.


Salíamos del campamento andando y procurábamos ponernos los primeros de las filas para coger las cáscaras de naranjas y colillas de cigarro que encontrábamos por la carretera. Cuando teníamos ocasión juntábamos las colillas que habíamos encontrado y hacíamos un cigarrillo y por turno dábamos unas chupadas, pero no muy grandes porque los demás se echaban enseguida encima.

También rebuscábamos hierbas y algarrobas que, aunque estaban verdes, nos estaban riquísimas porque ya tenían algún dulzor. Hubo uno que comió tal cantidad que estuvo a punto de reventar cuando le empezaron a fermentar en el estómago.

En los trabajos forzados a los que nos sometían diariamente, no podíamos distraernos porque los guardianes sin pensarlo mucho te espabilaban con un látigo o vara y como estaban situados en peñas desde las que nos divisaban perfectamente, cuando comprobaban que alguno hacía “el maula” llegaban hasta disparar los fusiles, pero tirando a dar de verdad.

[…]

Me encuentro con Goyo Priego yendo un día al Tajo, pero él no me vio y yo no quería que me viera porque él y toda su familia pensaban de muy diferente manera que yo y todos los míos y francamente, temía que me pudiera complicar la vida más de lo que la tenía.

Al día siguiente, también lo vi y a partir de entonces todos los días, pero cuál no sería mi sorpresa cuando uno de ellos se acercó a mí y me preguntó si yo era Vicente de Palomares. Le dije que sí y se interesó por mi situación y yo por la suya. Resulta que yendo al mando como teniente de unos tanques o carros en el frente de Talavera, lo envolvieron los nacionales y cuándo quiso darse cuenta los tenían copados pudiendo salirse del cepo pero no así de la mayoría de los servidores de las unidades que fueron hechos prisioneros por los Nacionales. A él lo juzgaron y degradaron, quedando en soldado raso y lo mandaron a un batallón de trabajo cuyos componentes al igual que nosotros también hacían fortificaciones en el Coll de Balaguer, puede imaginarse cómo estaba de contento con los que antes habían sido sus compañeros. Después de esta primera entrevista, procurábamos vernos los días que podíamos y me surtía de tabaco y de chuscos.

Cuando las obras de las fortificaciones iban avanzando, nos llevaron cerca de Coll y allí hicimos nuevas chabolas pero separados por compañías. Yo fui a la segunda en donde el médico era el teniente Ángel González Paracuellos que me reclamó para practicante suyo. Creo que le ayudé a plena satisfacción procurando hacer todo con el mayor celo y rendimiento con tal de no tener que volver a coger el pico y la pala, pero un mal día para mí, me dieron la noticia que el teniente había sido trasladado no sé a dónde, temiéndome que al quedarme sin su padrinazgo podría desaparecer del botiquín. Gracias a Dios todo siguió igual, aunque yo tuve que afrontar la enorme responsabilidad de suplir en todo la falta de médico, cada día me encomendaba a San Cosme y San Damián para que por su mediación no tuviera ningún fracaso.

Afortunadamente así fue, hasta que un día se apuntó a reconocimiento un ruso procedente de las brigadas internacionales que hasta el día anterior o desde que llegamos al campo había estado enchufado a cocinas con otro polaco, y que no contento con comer todo lo que quería descubrieron que se llevaba lo que podía para vendérnoslo, por lo que le echaron y tuvo que agarrar el pico y la pala, cosa que no quería aceptar alegando que tenía un fuerte ataque de reuma.

Me di perfecta cuenta que todo era puro cuento y tras hacerle un reconocimiento le di la baja para el día siguiente solamente y armó la de Dios es Cristo porque se fue al jefe de campo para quejarse de mi diagnóstico. Me llamó el jefe y como le hice ver que todo era puro camelo y que lo podía comprobar retornándolo a la cocina y vería como se cargaba con los troncos de los árboles y los partía con la sierra, el hacha y el pico con tanta facilidad como antes, pero que si tenía alguna duda, podía llamar al médico de la tercera compañía, que era el teniente Lasobras. Lo llamó y como yo me lo esperaba, estuve pendiente de su llegada y antes que viera al jefe le vi yo y le dije en pocas palabras para lo que era requerido, siendo su contestación: «aunque nos fusilen a los dos, ese ruso va a picar, así que tú tranquilo» y todo ocurrió tal cual.

Llamaron al ruso, le hizo la historia, lo reconoció y le dijo que con unos papelitos de salicilatos (que ya se los había mandado yo) todo se solucionaría pero que podía ir al trabajo, para que voy a decir que a partir de ese momento el ruso era mi mejor “amigo”.

Las condiciones en que teníamos que solucionar las dolencias a falta de contar con un botiquín adecuado, era empleando remedios caseros.

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Mi quinta encarcelación:

Volvemos a Barcelona

11 de Septiembre de 1938

Me duró poco la tranquilidad, porque nos llevaron a los de Cuenca a Barcelona para juzgarnos. Fuimos a la plaza Castellana del Pueblo Español y a los dos días nos trasladaron a la denominada prisión del estado en la calle de Deu i Mata, en la barriada de les Corts.

En un convento habilitado para cárcel nos juntamos todos los encartados en el asunto de Cuenca (pues así se conocía). Un buen día vino el juez al que nombraron para este asunto y de entrada nos fue llamando de uno en uno para declarar pero haciéndonos la advertencia que pensáramos bien lo que decíamos porque lo que de verdad iba a valorar era lo que dijéramos a partir de ese momento.

Según supimos, a este juez lo nombraron porque era muy amigo de Leopoldo Garrido, fiscal general de la república, conquense de pro, abogado y diputado por Cuenca que se tomaron el mayor interés en que no nos ocurriera nada y que no se nos juzgara ante el temor que el T.C. de E. y A.T. nos condenara a muerte como acostumbraba con todos los que llegaban ante él, de ahí lo de fotomatón.

Afortunadamente el sumario se archivó y no volvió a desempolvarse con lo que sin duda, salvamos el pellejo y todo gracias a la mediación de esos dos conquenses.

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Mi sexta encarcelación:

Girona y toma de Barcelona

19 de Septiembre de 1938

A los más jóvenes nos llevaron a la prisión número uno de Cadaqués (Gerona) situada en lo que fue cuartel de carabineros, en la mismísima playa de Cadaqués. Desde ella se divisaba una magnifica vista en la ladera de una pequeña montaña en la que había algunas masías y sobre todas las edificaciones destacaba un chalet propiedad de los dueños del laboratorio que fabricaba el cerebrino mandrí.

En la cumbre de esta ladera estuvimos haciendo unas fortificaciones del estilo de las que habíamos hecho en Hospitalet del Mar, cuyo objeto era su utilización ante un intento de invasión por la bahía de Rosas.

Resultado de imagen de bahía de Rosas.(Girona)
Allí teníamos a unos guardianes que eran tan temibles como los del campo número dos de Hospitalet y destacaban el canario y manitas de plata, en alguna ocasión nuestra imprudencia nos llevó a planear una evasión pero afortunadamente nunca encontrábamos el momento propicio, creo que hubiese terminado en una verdadera tragedia.

A todo esto quiero resaltar que las tropas nacionales no cesaban en su avance hacia Barcelona y en general hacia toda Cataluña hasta poder llegar a la frontera con Francia.

26 de enero de 1939 

Se tomó Barcelona y el día 28, San Julián (Patrón de Cuenca) viendo que la llegada del ejército nacional era inminente, desalojaron las dos prisiones de Cadaqués, llevando a los antifascistas, que eran bastantes, a la frontera francesa y a los fascistas a un convento de Figueras, preparado para la encerrona.

En una celda de 15 o 20 m2 nos metían a treinta o cuarenta, pues tenían que amontonar a más de 1.500 repartidos en celdas, capilla, Iglesia y demás dependencias.

Nos recibió un capitán (que sin duda estaba loco, yo creo que porque temía la inminente presencia de los nacionales y abriendo a patadas las puertas de las celdas), irrumpía en su interior con una pistola ametralladora profiriendo toda clase de insultos contra nosotros y nuestros progenitores y repetía con frecuencia «hijos de ….. muy cerca están los vuestros pero no los vais a ver porque antes de que lleguen yo, con ésta (se refería a la pistola ametralladora) hago así, y hacía como un abanico y os coso a balazos.»

Amaneció y a media mañana empezaron las “pavas” a soltar pepinazos sobre Figueras y los muy valientes que nos custodiaban sin perder tiempo se metían en los sótanos del convento donde improvisaron un refugio. Cuando cesaban las alarmas, muy excitados, volvían a sus puestos y el capitán emprendía sus amenazas que veíamos que en cualquier momento cumplía. Repetidas veces nos dijo que nos habían llevado allí para “picarnos”. A los antifascistas los llevaron a la frontera para que se salvaran.

Hacia las dos de la tarde, cuando parecía que ya no volverían las pavas, nos sacaron a un patio para repartirnos el rancho y cuando menos lo esperábamos empezaron a sonar las sirenas de alarma y dejando las calderas con la comida, corrían los valientes al refugio. Los que estábamos cogiendo el rancho tuvimos que saltar entre los escombros para poder guarecernos en el portón del convento y de entre los escombros sacamos a Mariano Castellanos que gracias a Dios, sólo tenía pequeñas heridas y arañazos.

Cuando llegamos junto a las puertas de salida del convento, vimos que sólo estaban cerradas con unos cerrojos corrientes y a alguno se le ocurrió proponernos que, puesto que todos los guardianes estaban en el refugio, podríamos evadirnos. Sin pensarlo mucho fuimos a nuestras celdas, cogimos lo que pudimos (yo recuerdo que cogí un macuto) y como alma que lleva el diablo nos dirigimos a la salida, no sin antes ir abriendo los cerrojos de las celdas que nos cogían de paso, no había tiempo que perder. Parece mentira, pero de los mil y pico que estábamos, sólo nos evadimos veinte. Ignoro si los demás no pudieron o tuvieron miedo.

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Huída hacia Francia

Como ovejas bobas íbamos todos formando un rebaño y como en el grupo iba Enrique Sánchez Fiol, comandante del ejército y buen estratega, además de con mayor responsabilidad en todos sus actos nos hizo ver la conveniencia de separarnos en grupos de cuatro o cinco, porque si nos perseguían dando batidas, podrían coger a los que tuvieran esa desgracia pero no a todos. Así lo hicimos y yo fui al grupo de Sánchez Fiol, Jaime Lluch, Antonio y otro que no recuerdo el nombre. Cada grupo cogió distinto rumbo. Dieron una batida y cogieron a cuatro, entre ellos mi buen amigo de antes de la guerra Esteban Romero y vimos desde dónde estábamos cómo los fusilaban.

Enrique Sánchez Fiol como ya he dicho era comandante de infantería con destino en Barcelona y tan pronto vio que el alzamiento fracasaba, con un hermano suyo también comandante y un comisario de policía, intentaron pasarse por Francia a la zona nacional pero, ya en la frontera, los descubrieron y los ametrallaron dejándolos por muertos pero unos gendarmes de vigilancia de fronteras al verlos, pues habían caído en territorio francés, se acercaron y comprobaron que Enrique aún vivía. Se hicieron cargo de él y prestados los primeros auxilios se lo entregaron a los carabineros e inmediatamente lo llevaron a un hospital. Cuando curó de las graves heridas lo juzgó el tribunal militar y fue condenado a pena de muerte, que le fue conmutada por cadena perpetua.

Íbamos llegando a las últimas casas del pueblo para adentrarnos en el campo de las proximidades cuando de nuevo sonó la sirena anunciadora de que el peligro había desaparecido, vimos que cerca de dónde estábamos en la carretera de la Junquera había un puesto de control, del que salieron los guardas, en el control era necesario identificarse; dimos marcha atrás y nos metimos en una casa muy humilde que había sido abandonada por sus moradores porque se fueron a un refugio.

En la cocina tenían un fuego bajo de leña y paja, el estratega, nos advirtió que nos mirásemos bien los bolsillos y el macuto por si podíamos llevar algún papel que nos delatara como fugitivos, yo llevaba varias cartas de mi novia y sin dudarlo, aunque lo sentí mucho, las tiré al fuego.

Los demás hicieron poco más o menos, si llevaban algo. Pero cuando apenas tuvimos tiempo para calentarnos vinieron de nuevo las gloriosas y salvadoras pavas y empezaron a bombardear y cómo es lógico los guardias del control se metieron en el último rincón del refugio, momento que nos permitió pasarlos sin ningún impedimento y con el único peligro que nos pudiera alcanzar algún pepinazo, pero como los Santos saben responder cuando de verdad se acude a ellos, yo me acordé que ese día 3 de febrero se celebraba San Blas y me encomendé a él. Lo recordaba porque es el patrón de Torrejoncillo del Rey, pueblo vecino al mío y cuando de chavales acudíamos en bicicleta o burro a la fiesta, como teníamos rivalidades decíamos «Si vas a Torrejoncillo en la fiesta de San Blas, echa pan en el bolsillo que si no, no comerás». Desde entonces soy un fervoroso devoto de San Blas y pocas noches me duermo sin rezarle, además, desde que me encomendé a él rara vez he tenido necesidad de seguir un tratamiento formal y por tanto no me han mandado a “hacer gárgaras” para las anginas.

Alejados del casco de la población de Figueras nos adentramos en unos olivares de un cerro próximo y cuando no podíamos caminar por falta de luz, llegamos a un chozo de forma ovoide hecho de piedra sobre piedra y nos metimos en él con la intención de pasar la noche, pero como el piso estaba muy húmedo rebuscamos ramujas del olivar para ponerlos en el suelo hasta que de pronto se produjo en Figueras una explosión enorme acompañada de un fogonazo tremendo, cuando volvimos la cabeza hacia el chozo se había convertido en un montón de piedras. Ni que decir tiene que ahí ya vimos la mano de San Blas.

Cerca del chozo habíamos visto una masía que parecía abandonada, no nos arriesgamos a intentar pasar a ella por si acaso, pero en vista del hundimiento del chozo decidimos volver a ella con tan buena suerte que no encontramos ningún obstáculo. Había leña y en la cornisa de la chimenea una olla o puchero lleno de garbanzos que pusimos al fuego y sin dejarlos cocer lo suficiente dimos buena cuenta de ellos. En todo el día no habíamos tomado más que el aguachirri que llamaban café y chusco que teníamos en la mano cuando estando esperando al rancho salimos corriendo. Al día siguiente, los cinco teníamos una buena diarrea.

Antonio tenía bastante dañado el pulmón y como consecuencia del esfuerzo del día anterior pasó mal la noche y también el día 4.

 

5 de Febrero de 1939

Jaime Lluch nos comunicó que en Cabanes (aldea próxima a Terradas) vivían unos parientes suyos y que podíamos intentar ver si nos acogían allí, pues resultaba peligroso que anduviéramos por aquella meseta en que con alguna frecuencia nos encontrábamos con guardias de asalto, soldados o milicianos que en su huida hacia la frontera procuraban alejarse de la carretera de la Junquera y temíamos que alguno pudiera incordiarnos o más aún meterse con nosotros y descubrirnos como fugitivos.

Caminamos durante todo el día y tuvimos que vadear un rio (creo que el Muga) cuyas aguas estaban extremadamente frías, el alimento que tomamos fue aceitunas que rebuscamos por los olivares y hojas de haba que empezaban a darse por allí. Llegó un momento que Antonio ya no podía dar un paso y nos pidió que, en evitación de que nos pudiera retrasar la huída, le dejáramos en la primera masía que encontráramos, cosa que muy a pesar de todos, optamos por hacer. La despedida fue un trago tremendo pero ante la impotencia no había más remedio que hacerlo así.

Al anochecer del día 5 llegamos a las tapias de Cabanes y Jaime se adentró en el pueblo para localizar a sus parientes, cosa que consiguió e inmediatamente vino a comunicarnos que nos daban cobijo. Nos dieron unas farinetas de harina de maíz que nos supieron a gloria y entre la paja, dormimos como lirones.

Los familiares oyeron la tremenda noticia de que en Figueras habían ejecutado a todos los presos políticos de Cadaqués, de hecho, allí podríamos haber estado nosotros, como así lo creían nuestras familias.

Sin salir del pajar, pues comunicaba con un corral donde hacíamos nuestras necesidades, estuvimos los días 6 al 10 de febrero, porque por la noche anterior, o sea la del día 9, habíamos oído como tiros  próximos y a propuesta de Sánchez Fiol, él y yo que éramos los que estábamos más fuertes, hicimos una descubierta muy de mañana, y desde el alto del cerro en el que estábamos vimos soldados con boinas rojas que arreglaban un puente sobre el río Muga en las tapias de Pont de Molins, que la tarde anterior habían volado los rojos que se dirigían a Francia.

Resultado de imagen de pons de Molins

Comprendimos que los boinas rojas correspondían a requetés y volvimos a Cabanes para dar la novedad. Nos despedimos de aquella buena familia y comenzamos a andar hacia Pons de Molins, cuando bajamos por aquella ladera llevábamos bien visibles pañuelos blancos atados a unas varas, por si las moscas y no precisamente para espantarlas.

Con las precauciones propias, nos acercamos al soldado que hacía la guardia en aquel momento en el puente y Sánchez Fiol le preguntó quién mandaba aquella tropa, eran pontoneros dijo, que había un capitán en la oficina sita en una casa de la plaza. Allí fue Enrique y tras saludar al capitán se dio a conocer como comandante, explicándole cual era su situación y la nuestra. El capitán se disculpó diciendo que él no podía hacer nada por nosotros pero que nos fuéramos a Figueras, que ya habían entrado los nacionales y que nos presentáramos en Gobierno Militar.

Resultado de imagen de la junquera guerra civil
Nos despedimos e inmediatamente nos pusimos en camino hacia Figueras por la carretera de La Junquera. Las cunetas estaban llenas de cadáveres de soldados y milicianos que, sin duda, fueron fusilados en la huída.

Llegamos a Figueras y nos presentamos en el Gobierno Militar. Nos recibió el teniente de guardia y a él, se dirigió Enrique, dándose a conocer y le preguntó quién era el gobernador militar. Le dio el nombre y los apellidos que a Enrique le sonaban muchísimo queriendo recordarlo como compañero suyo de la Academia Militar de Toledo y al final llegó a la conclusión que efectivamente se trataba de su compañero, pidió al teniente que le dijera al Teniente Coronel Gobernador Militar que estaba allí el Comandante Sánchez Fiol. Así lo hizo y, al rato, vino el teniente y le dijo que no recordaba a ningún compañero que se apellidara así. Le cayó a nuestro comandante como un jarro de agua fría y muy nervioso empezó a decir que todo era cuestión de geografía que si algunos hubiesen caído en zona roja no sería solo Teniente Coronel.

Bastante quiso decir… Como voceaba salió el propio gobernador militar y al verlo le dijo «Enrique, ¿Cómo que no te acuerdas de los hermanos Sánchez Fiol que en la Academia teníamos las camas contiguas a la tuya?» Al mencionar a los hermanos Sánchez Fiol él los recordó y cambió el panorama.

Seguidamente, el haraposo comandante le contó lo que les había sucedido en la frontera cuando intentaron pasar a zona nacional y le pidió que cuanto antes procurara proporcionarle un medio de transporte para llegar cuanto antes a Barcelona porque su anciana madre creía que los dos estaban en zona nacional y no quería que alguien cometiera la indiscreción de contarle la verdad. Así se lo contaría él mismo y su presencia mitigaría en parte el dolor de la noticia del fallecimiento de su hermano. Le prometió que así lo haría y ordenó que, de momento, nos llevaran al almacén de intendencia y nos dieran comida y ropas interiores, alguna cazadora y pantalones como también un tabardo y que en el mismo almacén nos improvisaran unas camas para pasar la noche. Nos inflamos de conservas de carne y pescado y no quiero acordarme de las diarreas que nos dieron.

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Excautivos en Barcelona

11 de febrero de 1939

Al no disponer de ningún turismo, ponen a nuestra disposición una camioneta con conductor y dos soldados para que no nos molestaran en los controles, nos facilitaron una bolsa de comida y salvoconductos, y al caer la tarde llegamos a Barcelona.

Enrique y Jaime se fueron a sus respectivos domicilios y yo acudo a las oficinas de excautivos y me recibe el celebérrimo Lepe que hacía de ordenanza. Sólo lo conocía de verlo en el Teatro Romea, charlamos de sus actuaciones revistiles ¡qué tiempos aquellos!.

Entre otras cosas en excautivos facilitaban alojamiento en domicilios que, simpatizando con nuestra causa, habían ofrecido su ayuda desinteresadamente para que pudiéramos salvar aquellos difíciles primeros días. Lepe me dio una relación de señores que se habían ofrecido y vi Mateo Monguillot, calle del Call número 14 La Royalty. Recordé inmediatamente a uno de mis mejores compañeros de Montjuic que se llamaba así y pensé que podría tratarse de su casa por lo que no dudé en pedirle que me mandara a ella.

Me dio un volante de presentación y una tarjeta provisional que acreditaba mi condición de excautivo y me fui a casa de los Sres. Manguillot, siendo recibido por la señora. Le comenté si se trataba de la madre de Mateu Manguillot Espuñes con el que había compartido el cautiverio en Montjuic y al decirme que sí, se echó en mis brazos llorando, lamentando que hacía cuatro años que no sabía nada de su hijo, pensando que podía haberle pasado algo grave cosa que yo traté que olvidara pues había que tener en cuenta la enorme confusión que reinaba en todos los aspectos y que cualquier día podría presentarse en casa como gracias a Dios así ocurrió al cabo de un par de meses.

Me dieron la habitación de su hijo, pues como a tal me trataron, y pusieron a mi disposición toda la ropa que tenía en el armario, al día siguiente bien desinsectado y bañado, parecía otro.

Me encontré en excautivos con otros de Cuenca (Luis, Mariano y alguno más) y tan pronto como pudimos nos fuimos a Zaragoza, porque allí estaba la mayoría de los conquenses que se habían ido pasando a la zona nacional. De esto nos informó alguien que no recuerdo, pero que era paisano nuestro. En excautivos nos facilitaron unos pasaportes para ferrocarril y así pudimos llegar junto a los nuestros.

Al despedirme de los Sres. Manguillot me dieron 150 pesetas, que entonces representaban un buen pellizco. Al cabo de no sé cuánto tiempo, les mandé un giro postal por esa cantidad y de vez en cuando les escribía por Pascuas o fechas señaladas.

En el año 1961 o 1962, con ocasión de un viaje que hice a Barcelona con la tuna de Cuenca, fui a visitarlos y el padre había fallecido. El negocio lo llevaba Mateu, por cierto un gran jugador de waterpolo seleccionado en el equipo nacional.

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Regimiento de Carros Ligeros de Combate

Hacia el 20 de febrero de 1940, llegamos a Zaragoza y sin pérdida de tiempo nos presentamos en la Caja de Reclutas para que nos dieran destino. Luis y yo pedimos voluntarios ir a la legión, pero a él lo mandaron a un regimiento de infantería y a mí, a carros de combate número 2.

Estuvimos en Zaragoza unos pocos días y yo viví en casa de una tía mía, Filomena **** ****, que pudo salir de la zona roja por medio de la embajada de Chile, con tres hijas y un hijo. Su marido fue capitán de la Guardia Civil y le dieron el paseo al poco de iniciarse el movimiento, sacándolo de la Checa de Fomento.

Cuando me llamaron para reconocimiento tuve la desagradable sorpresa de que por padecer una gran hipertrofia de corazón me declararon inútil total, situación ésta que me complicaba la vida enormemente al pensar cómo iba a poder valerme sin un duro y sin saber de dónde sacarlo hasta que terminara la guerra y tuve que recurrir al teniente médico D. Antonio Alonso Moya (amigo y paisano), nacido en Almendros, para que viera al capitán médico Lozano a ver si conseguía que me diera servicios auxiliares con lo que salvaba el problema de comida, cama, etc. en un cuartel. Gracias a Dios lo logró y me hizo ese enorme favor. Me destinaron al Regimiento de Carros Ligeros de Combate número 2.

En un bar que se llamaba el Diamante, se reunían los conquenses y allí acudíamos diariamente al encuentro de caras conocidas y un buen día coincidí con Miguel Valero Patatas (de mi pueblo) algo mayor que yo, pero al tener el pueblo un censo de unos dos mil habitantes, quiere decir que nos conocíamos todos, pero mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que dado mi estado físico (había perdido 36 Kg) no me conocía, aunque decía que por la voz y la fisonomía quería averiguarlo, pero no lo consiguió, y cuando le dije soy Vicente, el hijo de D. Vicente ***** *****, me cogió en un fuerte abrazo y lloraba, esta muestra de verdadero cariño nunca lo olvidaré.

Había otros varios de Palomares, tales como Julián Marví y Paco El remendao y muchísimos conocidos de distintos lugares de la provincia.

Jefatura Provincial de Falange de Cuenca
Jefatura Provincial de Falange de Cuenca

Me presenté en la Jefatura Provincial de Falange de Cuenca, que estaba en la calle General Franco, y casi todas las tardes iba por allí para echar una mano en tareas de tipo administrativo. Un buen día me llamó el entonces jefe provincial D. Antonio Melgarejo, marqués de Melgarejo (que tenía de falangista menos que yo de cura) y me dijo que había pensado hacer mi propuesta para Delegado Provincial de Organizaciones Juveniles (OO.JJ.)

Alegando mi estado físico y mi condición de soldado quise eludirlo pero al final me propuso y como tenía que hacer un curso en la escuela de mandos de Pinseque se consiguió un permiso de mis superiores. Hice el curso y a partir de llegarme el nombramiento por medio de Jesús Sevilla, consejero del movimiento, Solano jefe provincial de Zaragoza conseguí cuántos favores me podían hacer en el cuartel y entraba y salía cuándo y cómo me apetecía, pero siempre con un control y pasando diariamente por el despacho del capitán de día o del oficial de guardia.

Mi destino era precisamente en la compañía de destinos que la mandaba un capitán más bueno que el pan y que me distinguía enormemente. Yo procuraba ir al cuartel todas las noches, entre otras razones porque no disponía de dinero para buscarme una pensión en Zaragoza. A base de “sablazos” a familiares y paisanos rara vez me faltaba un duro.

Al terminar la guerra liquidé todos menos ciento cincuenta pesetas que me dio Perico Chicote en un viaje que hice a San Sebastián y fui a verle al bar que tenía allí, pues como también tuvo que salir de Madrid, pronto se situó en Donostia.

Le vi al terminar la guerra y quise pagarle, pero no lo consintió. Luego me enteré que hacía mucha caridad ayudando a comunidades religiosas y necesitados en general. Siempre que fui al bar Chicote de Madrid me invitaban los del mostrador pues me conocían como sobrino de D. Pedro **** ****, mi padre Vicente *** Chicote era pariente lejano suyo.

Cuando llegó mi nombramiento la jefatura provincial de Cuenca, me encargó y regaló un uniforme flamante con correaje, emblemas, etc., y no quiero decir cómo lo lucía con mis casi recién cumplidos 22 años y unos 68 Kgs.

Para enterarme bien del funcionamiento de la OO.JJ. casi todas las tardes las pasaba en la delegación provincial de Zaragoza con Simón Calvo Pina que también estaba haciendo la mili y allí conocía a los instructores Alzamora, Ara y Rodrigo un trío fabuloso capaz de formar no solo a las juventudes de Zaragoza sino a las de todo Aragón y muchas más.

Y llegó el momento soñado de ir a Cuenca, cuando el día 27 de marzo de 1940 nos reunió el jefe provincial a todos los componentes del incompleto consejo provincial para darnos la gran noticia de que el día 29 salíamos para Cuenca.

Yo le advertí que, como soldado, necesitaba permiso desde el cabo al coronel del regimiento, pero que como existía una orden conjunta del Ministerio del Ejército y de la Secretaría General del Movimiento que permitía la desmilitarización de los mandos del movimiento y considerados como tales los delegados provinciales se podía pedir la mía, a lo que Melgarejo me dijo que no sería necesario porque eso lo arreglaba él ya mismo.

Llamó al chófer Paco y le dijo que preparara el buick, se iban a carros de combate a hablar con el coronel Civera, amigo suyo, para exponerle mi caso y que pudiera acogerme a la citada orden sobre desmilitarización. Muy sonriente regresó al cabo de un par de horas y me dio la agradable noticia que ya estaba todo arreglado y que no me preocupara más de este asunto. Como no tenía nada de particular en el cuartel, no creí necesario ir por allí. Todo lo mío lo tenía en casa de mi tía Filo y allí me quedé esa noche y la del 28, para el 29 encaminarnos hacia Cuenca.

Expuse al Consejo la necesidad de contar con instructores y les propuse llevarnos al formidable trío. Hice las gestiones oportunas, primero con ellos y luego con el Delegado Provincial. Dieron magnífico resultado sobre todo por ellos tres que me respetaban y querían con locura y les hacía enorme ilusión poder colaborar conmigo en tan patriótica labor como era la creación de la OO.JJ. de una provincia nada menos que de doscientos ochenta y nueve municipios, más la capital.

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OOJJ Cuenca

En la mañana del frío día 29 de febrero de 1940 nos reunimos en la puerta de la jefatura provincial de Zaragoza, ocupamos los camiones preparados y emprendimos viaje por Guadalajara a donde fuimos a pernoctar a un grupo escolar en el que aún había unos carabineros.

Cuando en la mañana del día 30 (Viernes de Dolores) subimos a los camiones tuvimos que quitar la nieve que les había caído durante la noche. Pasando por Alcalá de Henares llegamos a Tarancón y en la plaza del Ayuntamiento paramos unos minutos para tomar algo y hacer alguna necesidad fisiológica.

Como estábamos en la puerta de la casa de D. Landelino Villaescusa subí a saludarles y darles noticias de su hijo Emilio, entonces capitán de artillería, al que casualmente vi un par de días antes por el Paseo de la Independencia de Zaragoza y como le dije si quería algo para la familia, me encargó que les dijera que estaba bien y que pronto trataría de ir a darles un abrazo, como el que yo les llevaba de su parte. Por cierto, estaban sentados en la mesa para comer y me insistieron en que les acompañara, cosa que sentí muy de veras no poder hacer por imperativos de la marcha de la caravana, pues tenían una fuente de tajadas de lomo que no se la saltaba un galgo, pero su hermana Esperancita tomó un pan de tres libras, lo abrió y lo llenó de lomo y me lo dio. Cuando llegué al camión casi ni lo pude catar porque dimos cuenta de tan sabroso manjar en menos que canta un gallo.

Seguimos viaje hacia Cuenca, sin más parada que unas curvas en el término de Morcajada de la Torre, que vimos un camión militar que al tomar una de ellas se precipitó por un pequeño terraplén y como las ruedas patinaban, el conductor no podía volver a la carretera. Le empujamos y pudo continuar su marcha, el conductor iba solo y se dirigía a su pueblo para ver a sus padres porque había estado toda la guerra en zona nacional y lógicamente no los veía desde hacía tres años.

A media tarde llegamos a la puerta de la jefatura provincial de falange de Cuenca en la calle Carretería, sobre el café Colón, y yo, sin entretenerme mucho me encaminé a la calle de Sánchez Vera donde vivía la familia de la Rápida, pensando que allí estaría Petra, puesto que vivía con ellos, y efectivamente así fue. Llamé al piso y me abrió ella misma la puerta, al verme se quedó como si tal cosa porque de primeras no me reconoció, había perdido 36 kilos, después nos dimos un montón de besos y abrazos entre otras muestras de cariño.

Como Radio Nacional de España en el parte del día 5 de febrero dio la noticia que habían fusilado a todos los presos políticos de Cadaqués y nadie sabía que el día 28 de Enero nos habían llevado a Figueras pero nos conocían como los presos políticos de Cadaqués, al dar la noticia, Radio Nacional, la narró así, sin duda, para mejor comprensión. Este terrible mensaje se difundió por todo el territorio nacional y como es lógico, por Cuenca entera y los familiares de cuántos estábamos, pronto se comunicaron entre sí con los consiguientes llantos.

Petra sufrió el notición del fatal desenlace como también mis padres, pero cuando yo llegue a Cuenca, ya sabían que vivía, puesto que, el día anterior, o sea el 29 de Marzo, llegó a Cuenca Juanito López Cano y aseguró que había visto en Zaragoza a varios y que yo concretamente llegaría el día 30, como así fue.

Entonces, fui a ver al jefe provincial para pedirle un coche con el que quería ir a Palomares para llevar personalmente el mensaje a mis padres. Me lo dio y esa misma noche me presenté ante ellos y pude comprobar que mi madre vestía luto por mí ¿qué comentario se puede hacer ante una noticia como ésta?.

Al siguiente día volvía a Cuenca y empecé la tarea que me había sido confiada. Lo primero que hice fue solucionar el alojamiento de los instructores, dormirían en la delegación de la OOJJ y como yo, comerían en los comedores de Auxilio Social.

En la calle Ramón y Cajal en la casa conocida como Correcher había estado el Sindicato de la Madera y se nos autorizó para que precisamente allí instaláramos la delegación. Cuando llegaron, Alzamora, Rodrigo y Ara, vivían allí y daban clases como formación política. La formación preliminar la tenían en la explanada del frontón del Convento de San Pablo (conocido por los Paúles) y la de Educación Física en la Plaza de Toros. El secretario de OOJJ era Francisco Moreno Arenas, el administrador y tesorero Rafael Torrijos, que con Antonio Baquero Escalada y Álvaro Page fueron mis más fieles y mejores colaboradores.

Por aquellos días fui requerido por un Juez Militar Instructor para declarar en las causas que seguían al célebre Saavedra y al no menos famoso Fausto, querían hacer ver que gracias a ellos no nos habían fusilado, cuando fue todo lo contrario ya que ellos ordenaron los interrogatorios “amenizados” con paloteos continuos y si no hubiera intervenido en la forma en que lo hizo el teniente Real, el lugarteniente de ellos, Ismael había dado cuenta nuestra en Contreras, los dos fueron condenados a muerte y ejecutados ya que les justificaron su participación en otros muchos delitos de sangre.

Los instructores trabajaban sin descanso pero con gusto porque estaban asombrados de ver como respondían los flechas y cadetes y la facilidad con que aprendían y ejecutaban los ejercicios que se les enseñaba.

Como el día primero de Mayo había que participar en el desfile de la Victoria, se trabajó en firme con ellos y con sus flamantes uniformes desfilaron juntamente con las unidades del cuerpo del ejército de Aragón que mandaba el coronel Don Darío Cazapo.

Al frente de nuestros chicos, abría carrera una escuadra de gastadores de la que era cabo Leandro de la Vega, que recibieron los más sonoros y nutridos aplausos del gentío que presenciaba el desfile. Hay que tener en cuenta que el público veía en ellos a sus propios hijos o de sus amigos. También tomó parte nuestra incipiente pero buena banda de cornetas y tambores.

Presidió el desfile el héroe del Alcázar General Moscardó, jede del ejército de Aragón y al terminar el desfile me llamó el Coronel Gazapo para felicitar a toda la OJ y muy especialmente a los instructores y a la escuadra de gastadores.

A partir del desfile, en cuantos actos oficiales coincidía con el Coronel, me dedicaba un saludo muy afectuoso.

Alguien, que no recuerdo, me dio la noticia que había visto por aquellos días en el barrio de San Antón y más concretamente en la calle de San Lázaro, a mi “amigo” el sargento el gallo que llevaba una cazadora de cuero y sin pensarlo ni un minuto me fui en su busca y, gracias a Dios, no lo encontré porque si doy con él, creo que lo hubiera matado tan pronto me lo hubiera echado a la cara. Di cuenta a los servicios de información para que me avisaran si lo encontraban, pero nada se supo de él.

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El Desertor de Zaragoza

Cuando más entusiasmado estaba yo con plena dedicación a la creación de las delegaciones locales y disfrutando de mis relaciones amorosas, el día 29 de mayo un sargento de la Guardia Civil, Lorenzo Duque, me preguntó si yo me llamaba Vicente *** *** o Vicente ***, que era como se me conocía en Cuenca, al decirle que era Vicente **** ****, me dijo «siento comunicarte que hemos recibido un telegrama postal de auditoría de guerra de Zaragoza en el que nos ordenan tu busca, detención e inmediata conducción a Zaragoza, por supuesto delito de deserción». Inmediatamente me fui a la Jefatura Provincial de Falange para pedir explicaciones al jefe, puesto que el día 27 de marzo me dijo que había arreglado mi desmilitarización en la visita que dijo haber hecho al coronel Civera.

Vi a su secretaria Amparito Pardo y me dijo que no estaba, le conté lo que me sucedía y con la mayor reserva, me dijo que ya conocía el caso porque se habían recibido en jefatura unas comunicaciones del teniente auditor de mi regimiento requiriéndome para que me presentara a la mayor brevedad ante él y que Don Antonio les había contestado en el sentido que no podía abandonar la misión que estaba realizando.

También se recibió un telegrama en idénticos términos y la contestación que dio, decía: «Vicente **** ****, delegado provincial de las Organizaciones Juveniles de esta provincia no puede incorporarse a ese regimiento por estar dedicado a la creación de las OOJJ en doscientos ochenta y nueve pueblos de la provincia». Como se ve, queda bien clara la soberbia del que firmó el telegrama y cada cual que esto lea que piense el calificativo que mejor puede merecer el Marqués de Melgarejo.

Antes que las comunicaciones del teniente auditor se habían recibido unas cartas para que me fueran entregadas en las que mi buen amigo el teniente Cachón me avisaba que urgía mi presentación en la compañía porque ante mi incomparecencia reiterada no tendrían más remedio que dar parte por medio del estadillo de la compañía, como al final tuvieron que hacer.

Todo este galimatías lo gestó, guisó y comió el tal ilustre jefe provincial al que unas horas después de mi primera visita intenté ver de nuevo, pero él no quiso recibirme en vista de lo cual me fui al hotel Romana, que era donde vivía, cogí una pistola Astra del nueve largo que tenía. Me fui a jefatura y sin pedir permiso me fui a su despacho y puse la pistola sobre su mesa. Le pedí una explicación de todo lo que había sucedido, le pedí que me diera un certificado responsabilizándose de todo y contando lo que había sucedido, porque si me declaraban como desertor, lo mismo me podían fusilar, puesto que faltaba desde el 28 de marzo, o sea cuándo aún no había terminado la guerra, igual me ponían un recargo de mili de 15 o 20 años a cumplir en prisiones militares y después de lo que ya había pasado o me daba la certificación que le pedía o le pegaba un tiro.

Le di un plazo de dos horas y si volvía y no me había hecho el certificado le descargaba el cargador. Empalideció y quedó como mudo, esta escena la presenció Amparito Pardo (q.e.p.d.) y en varias ocasiones después de meses y años la seguíamos comentando.

Desde jefatura me fui a Gobierno Militar que estaba en el edificio contiguo al Banco Zaragozano, me presenté al teniente coronel Gazapo y le expliqué la difícil situación que me había creado el Sr. Melgarejo y su postura ante mi petición de un certificado en los términos aludidos anteriormente. Como le dije que al salir de su despacho volvería a jefatura a por el deseado certificado y al ver lo irritado que estaba, llamó a su capitán ayudante y le ordenó que se personara él en jefatura y que no volviera sin dicho valioso documento y que si el Sr. Melgarejo se negaba, que desde allí mismo le llamara por teléfono. No había transcurrido media hora cuando llegó el capitán ayudante con el certificado. Entonces el coronel recuerdo que dijo «¿Cómo no voy a ayudar a un buen soldadito y ejemplar falangista?. Mañana te vienes por aquí y te daré un telegrama postal que deberás entregar en mano al coronel Civera y en él expondré todo lo que te ha pasado, a lo que has sido completamente ajeno, aunque desde luego obraste con alguna ligereza que yo particularmente disculpo dada la odisea que habías vivido». Esto ocurrió el día 20 de mayo de 1940.

Con toda puntualidad fui el día 21 de mayo, me entregó el certificado y me proporcionó un viaje a Zaragoza con una camioneta que tenían para el servicio de enlace con la sede del cuerpo del ejército de Aragón en la capital maña que día sí, día no, iba y volvía a Cuenca.

El resto del día 21, el 22 y el 23 los dediqué a dejar un poco ordenados los asuntos de la delegación de la que se hizo cargo el secretario provincial, Francisco Moreno Arenas y cómo sin duda enseguida se corrió la voz, sin duda por boca de los mismos chicos de la OJ, cuántos se consideraban amigos y camaradas se sentían partícipes de mi disgusto. Uno de los que así se manifestaba fue el capitán Castro, jefe del SIPM que su afán de favorecerme me dio un nombramiento como agente del Servicio de Información y Policía Militar, documento que luego me prestó un buen servicio.

El Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) fue la agencia de inteligencia que existió en la zona sublevada durante la Guerra Civil Española y durante los primeros tiempos de la Dictadura franquista. Durante la contienda jugó un importante papel en el establecimiento de la «quinta columna» en la zona republicana.

En la madrugada del día 24 de mayo de 19040 salí para Zaragoza y sin pérdida de tiempo tan pronto llegué me fui al cuartel dando la casualidad que el oficial de guardia era mi amigo el teniente Cachón, quién después de saludarnos y comentar mi silencio a sus cartas, me dijo que la orden que tenía era que tan pronto llegase me llevara al calabozo, pero antes que nada iba a dar cuenta al capitán de día de mi reincorporación.

Cachón le contó lo que pasaba y dijo que yo tenía un telegrama que quería entregar personalmente al coronel. El capitán quiso favorecerme y ordenó que me llevaran al cuerpo de guardia de oficiales, creo que se llamaba así, y cuando llevaba allí como una hora paso el brigada Planes, subayudante del coronel y como vió que estaba uniformado como delegado provincial del movimiento me preguntó qué hacía allí, pero con muy malas formas, por no decir algo peor sonante, como yo sabía de quién se trataba porque le conocía de oídas, le dije que se lo preguntara al capitán de día. Salió y al poco rato volvió con un cabo y dos números ordenándoles que me llevaran al calabozo.

Vi tan mal la cosa que le dije que tenía necesidad de entregar al propio coronel un telegrama del coronel Gazapo, jefe del E.M. del cuerpo del ejército de Aragón, pero como si no lo hubiera escuchado, mantuvo la orden de mi traslado al calabozo. Entré en aquel antro inmundo con un olor nauseabundo, allí había varios elementos de cuidado y cuando llevaba allí un rato, volvió el cabo me sacó fuera y cuando yo creía que todo empezaba a esclarecerse, me sentó en una silla y el soldado que era un peluquero, me cortó el pelo al cero. Cada vez veía peor el final.

Al día siguiente vino a verme el teniente Cachón al abandonar la guardia y le pedí que me pusiera en contacto con el coronel, me dijo que estaba ausente y le propuse que diera cuenta de todo al alférez ayudante Díez de Ulzurrun, que a su vez, era el juez instructor de mi causa. Así lo hizo y el día 26 me llamó a declarar. Le conté todo lo sucedido, le hice entrega del telegrama postal, le mostré el nombramiento que había facilitado el capitán jefe del SIPM de Cuenca y me dijo que él era el jefe de este servicio de información del regimiento y que desde ese momento tenía que trabajar como su colaborador, «puesto que YA puedes considerarte como libre provisionalmente».

Ese mismo día puso un oficio en el que comunicaba mi libertad provisional al capitán jefe de la compañía de depósitos D. Carlos Segura, en el que me destinaron de nuevo. A partir de ese día me convertí un poco en el niño mimado del alférez ayudante, pero el odiado del brigada Planas.

Por si fuera poco, me enteré que el capitán médico era D. Estanislao Orero Chávarri con el que maté muchos piojos en el Castillo de Montjuic, pues fue hecho prisioneros en Belchite y cuando llego el día siguiente para pasar el diario reconocimiento me encontró esperándolo en el botiquín y no encuentro palabras con que testimoniar su alegría y no digamos nada de la mía. Estuvimos charlando todo el tiempo que permanecía allí, mientras un teniente médico pasaba el reconocimiento. Me propuso llevarme con él y no lo dudé ni un instante.

Antes de abandonar el cuartel se fue a pedirle al comandante mayor D. Fulgencio Águila Tejada que me destinaran al botiquín, esto ocurrió el día 27 y el 28 pasé a mi nuevo y macanudo destino en dónde había tres practicantes, Ramón Colón Acevedo, J. Pérez y Daniel Fábregas. Los dos primeros vivían en el cuartel y dormían en la habitación contigua al botiquín, el tercero tenía pernocta y todos los días dormía en su casa de Zaragoza, menos cuando le tocaba guardia. Cuando llegó el capitán iba acompañado de dos tenientes médicos, me presentó a ellos y a los practicantes, les contó cómo había nacido nuestra amistad y les dijo Es tal la confianza que tengo en *** *** que no estando yo aquí quiero que él me represente a todos los efectos.

A los pocos días me dijo que tenía en tratamiento a la cantinera, que era la querida del coronel y que le había recetado unas inyecciones intramusculares, suponiendo que no tendría inconveniente en qué yo bajara a ponérselas en días alternos. Sin dudarlo acepté y a partir de ese momento aseguré mi pensión completa en la cantina que, hasta entonces, no frecuentaba mucho porque disponía de pocos fondos. Aunque estaba en libertad provisional, de vez en cuando hacía unas escapadas a Zaragoza y casi siempre volvía en una camioneta que llevaba a los oficiales.

El capitán médico le mandó otra y otra tanda de inyecciones dejando unos días libres de una a otra, hasta que en fecha 22 de Julio se recibió testimonio de auditoría de guerra comunicando que había sido sobreseída definitivamente la causa que me instruyó por no estimar que los hechos acaecidos dieran lugar al delito de deserción. Memorias de un cautivo (2/3)

Pero antes de todo esto, un buen día se presentó en el botiquín el brigada Planas con la pretensión que le diera un frasco de alcohol para desinfectarse porque terminaba de cortarse el pelo y afeitarse y se lo negué, alegando que ese alcohol lo necesitaba yo para friccionarme para que me saliera el pelo con más fuerza. Montó en cólera y le argumenté que le curaría cuando entrara en el botiquín con las tripas fuera y sólo le daría el alcohol si me lo pedía por escrito.

Cuando llegó el capital al día siguiente, le conté lo que me había ocurrido y mandó al ordenanza que buscara al brigada. Al ponerse a sus órdenes, le dijo Si vuelve Ud a molestar a alguna persona de este botiquín, le pego una patada en las ubres que se las deshago, porque Ud no tiene cojones. ¡Cuántas veces más me hubiera podido machacar el brigadita!

Cuando le dije a la cantinera que ya se había resuelto mi problema, me dijo que si quería un permiso de quince días, se lo pedía al coronel. Al día siguiente me lo dio con el correspondiente pasaporte por ferrocarril hasta Cuenca. Me fui, disfruté del permiso y con toda puntualidad, por si las moscas, al terminarse volví a mi cuartel. Me distinguía toda la oficialidad y algunos, el primero el alférez auditor, se extrañaban que el sobreseimiento de mi causa se hubiera hecho con carácter definitivo. No conocían otro igual pues todos eran provisionales.

El día 3 de octubre  de 19040 llegó la orden de licenciamiento y el día 6 sin esperarme a las próximas fiestas del Pilar, salí para mi Cuenca no sin antes hacerle un visita a la Pilarica para darle las gracias por poder contar todas esta desagradable odisea que ni siquiera se la deseaba al teniente Planas, ni al sargento gallo, se ve que las “clases” no me caían bien y digo yo, ¿por qué será?.

Unos días antes de licenciarme paseaba por la calle Alfonso con mi compañero Ramón Colón, yo no vestía ropa caqui, llevaba una guerrera negra, camisa azul y pantalón caqui con botas altas, y de pronto nos paró un coronel mutilado y dirigiéndose a mi me dijo «Ud es un mal militar y un mal falangista ¿no sabe que hay que saludar a los superiores? Le contesté, perdone pero iba distraído y no le he visto». Dijo «pues retroceda veinte metros y cuando llegue a mí, haga el saludo y después hablaremos.» Yo sin dudarlo, retrocedí veinte metros y muchísimos más porque me escabullí por la primera calle que encontré.

Como se había quedado Colón junto a él le preguntó mi nombre y a qué unidad pertenecía, pero le dijo que no lo sabía, que me acababa de conocer al salir del Pilar pero creía que no pertenecía a ninguna bandera de la falange puesto que el uniforme no era de soldado, sino de jerarquía. El coronel se enfureció, pero ahí se quedo la cosa.

En el año 1941, siendo yo jefe del departamento provincial del Servicio Social de la Mujer, mandábamos a algunas señoritas de las que estaban cumpliéndolo a oficinas, otras a comedores, guarderías, consultorios, etc., y entre las oficinas a las que acudían estaba la Delegación Provincial de Caballeros Mutilados con cuyo coronel yo tenía magníficas relaciones, pero nunca nos habíamos saludado porque él estaba muy impedido de las piernas y apenas salía del despacho, siempre nos comunicábamos por oficio o por teléfono.

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Un buen día me personé en su oficina para cumplir un trámite de inspección y comprobar si estaban las cumplidoras que teníamos allí destinadas, y cuál no sería mi sorpresa cuando vi que el coronel me parecía que era el de la calle Alfonso. No le dije nada pero le pregunté al capitán que tenía con él y llegamos a la conclusión que efectivamente era él. A los pocos días volví a verlo y le conté lo ocurrido, no lo recordaba pero incluso se quería disculpar. Así es la vida ¡Según te quiero, así te pinto!.

 

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Vuelta a Cuenca

El día 6 de octubre de 1941 llegué a Cuenca y sin tomarme ningún descanso me puse al frente de mi OOJJ y a trabajar lo que fuera necesario. El día15 de octubre, Santa Teresa, se celebraba solemnemente por ser la patrona de la sección femenina y con tal motivo se hizo el pase de flechas a la sección femenina.

La Sección Femenina (SF) fue la rama femenina del partido Falange Española, y posteriormente de FET de las JONS. La Sección Femenina fue constituida en Madrid en 1934, y llegó a funcionar durante cuarenta años, siendo disuelta tras la muerte del general Franco y el consiguiente desmontaje del régimen.

Los actos, presididos por la delegada nacional de la sección femenina, Pilar Primo de Rivera, jefa provincial del movimiento, gobernadores civil y militar, etc., se celebraron en la explanada, dónde en el atrio ocupado ahora en su lugar más noble está la ermita de la Virgen de las Angustias (patrona de la ciudad y co-patrona de la Diócesis) el más entrañable rincón de los conquenses, que en el día de Viernes Santo es visitado en peregrinación por tan buenos hijos marianos, que dicen “van a acompañar a la Virgen en su soledad” porque le han quitado a su hijo que, descendido del altar, lo han puesto en el suelo a la altura misma de quienes durante horas han hecho cola en espera de estar unos minutos junto a la Virgen en una de las más sorprendentes y unánime demostración de fidelidad que cabe esperar en estos tiempos.

Pero volviendo al acto que nos ha llevado allí, quiero resaltar la viril estampa de los cadetes montando guardia en sitios estratégicos en todo lo alto de las enormes peñas que forman el precioso enclave de la ermita. Pilar se fue enamorada del paisaje que le ofrecieron la sección femenina y OOJJ de Cuenca. Me olvidaba decir que la sección femenina tenía las flechas encuadradas en la regiduría de OOJJ. Su regidora era Pilar Chávarri Peñalver y la delegada provincial de la sección femenina, Matilde Arias Faerna, ya desaparecida a la que quería entrañablemente.

Aun cuando no hace mucho al caso que me estoy refiriendo, puedo que todo gira sobre la odisea que viví, aprovecho la ocasión para distraeros un poco contándoos alguna de las varias leyendas que corren sobre la figura llamada popularmente la Cruz de los Descalzos narración que dedico a mis nietos.

Como digo, sobre esta figura también conocida como la Cruz del Converso corren varias leyendas alguna amañada recientemente pero que suelen coincidir en la justificación del arrepentimiento de un pecador. De acuerdo con una de estas historias los orígenes de la pieza están ligados a la propia comunidad de los descalzos, cuando un artista apóstata, Giralte del Flugo llego a Cuenca en una noche de tormenta, yendo a parar a las putas del convento en el que no quiso entrar, prefiriendo permanecer al amparo de unos grandes álamos del atrio.

Un rayo derribó el árbol y lesionó al escultor que fue recogido por los monjes, quienes le cuidaron. Durante su restablecimiento tuvo ocasión de visitar la capilla donde se encontraba la imagen de la Virgen de las Angustias con su hijo en brazos, visión que turbó poderosamente a Giralte al creer que estaba viendo a su propia esposa con el hijo de ambos, muerto precisamente durante la construcción de una iglesia, hecho fatal que había movido al artista a abandonar la religión. Tan impresionante visión movió el ánimo de Giralte que arrepentido de su apostasía, recobró la fe y construyó la Cruz en el mismo lugar en que el rayo había caído sobre él.

Directamente ligada con esta leyenda hay otra que se refiere a la mano que aparece grabada sobre la piedra de la Cruz. La acción se sitúa en época más reciente, hacia el siglo XVIII y trata como en tantas otras ocasiones de la imaginería narrativa española, de un joven vicioso y turbulento amigo de jugar con el amor y la muerte. En el devenir de sus aventuras Don Diego entró en contacto con una tal Diana, nombre pagano para aquella época con quien llevó adelante unos amores escandalosos que culminaron, una noche de tormenta apta para la locura y la blasfemia.

Empapados por la lluvia los vestidos de la joven, quiso el caballero encontrar cobijo para ambos en el convento, y al ayudar a Diana tratando de llevarla en brazos, descubrió que las piernas de la mujer terminaban en sendas pezuñas de cabra, de dónde comprendió que había estado conviviendo con el demonio. Horrorizado se abrazó a la cruz pidiendo la protección divina, Diana se desvaneció en el aire y como muestra del arrepentimiento del joven y del perdón que le había sido otorgado, su mano quedó grabada en la piedra de la Cruz.

Nota: Estas leyendas están tomadas del libro “Las calles de Cuenca” 

Por estas fechas Petra había vuelto destinada a Madrid y nos veíamos muy de tarde en tarde, pero como había anunciada la celebración de la segunda demostración nacional de las OOJJ que había de tener lugar el día 29 de Octubre, ya se nos hacían los días eternos esperando poder juntarnos. La demostración consistía en desfiles, exhibiciones gimnásticas, campeonatos deportivos, etc., y cómo todo ello precisaba preparación y entrenamientos eligieron el Metropolitano para que sirviera de escenario de lo que luego resultó un patriótico espectáculo.

Un gran número de participantes procedíamos de provincias y nos concentraron unos días antes con objeto de efectuar los ejercicios de entrenamiento y adaptación al Metropolitano. Los flechas y cadetes tenían distintos alojamientos incluso en casas particulares y a los mandos, excepto los responsables de la vigilancia de la tropa, nos alojaron en diferentes pensiones y hoteles, que desinteresadamente, se habían ofrecido.

Yo, conseguí ir al Hotel Palace que aparte de ser el mejor de los de Madrid en aquella fecha, distaba del domicilio de Petra unos doscientos metros, lo que facilitaba nuestras entrevistas. Ella vivía en Marqués de Cubas número 25.

La demostración resultó un exitazo y Cuenca dejó muy alto su pabellón. Quiero dedicar un cariñoso recuerdo al entonces delegado nacional, Sáncho Dávila, a José Mª Gutiérrez del Castillo, secretario nacional con el que me veo frecuentemente y al comandante Marcos Daza, responsable de toda la formación preliminar.

La labor en el medio rural era dura pues, como he dicho antes, había que crear OOJJ de doscientos ochenta y nueve pueblos, la mayoría mal comunicados y sin que dispusiéramos de los vehículos que nos hacían falta. Así fuimos tirando y salvando los múltiples inconvenientes como Dios nos daba a entender.

Se aproximaban las Navidades y lógicamente la fiesta de Reyes, yo soñaba con organizar una cabalgata, pero sabiendo que ni la OOJJ ni jefatura provincial contaba con medios suficientes, no me atreví a proponerlo, pero el gusanillo no me dejaba tranquilo y me fui directamente al toro, pensando que me heriría de muerte pero no fue así. Cambié impresiones con mi amigo y también compañero de cautiverio Santiago Redondo dueño del, entonces, mejor bazar de Cuenca y le expuse la posibilidad de que nos sirviera los juguetes que pudiéramos necesitar con lo que contribuiría a la culminación de la cabalgata que, sin ese aliciente, iba a resultar muy sosa y pobre. Me prometió que podía contar con su ayuda y que ya le pagaríamos cuándo buenamente pudiéramos.

Pero también había que alquilar todos los disfraces o al menos los principales, tales como la Virgen, Reyes Magos, Pajes, etc., los de San José, pastores y pastorcillos ya se improvisarían. Me fui a ver a José Andrés Alegría, jefe provincial le expuse la idea y echándose las manos a la cabeza me decía ¿Tú sabes lo que pides?. Al final llamó al administrador, que si mal no recuerdo era Quintana, que al conocer mi propuesta me dijo que sólo podía comprometerse, de momento, a pagar los gastos de la sastrería teatral que nos alquilara los trajes y que los juguetes ya se pagarían.

Como contábamos con pocas fechas para hacernos con los disfraces, al día siguiente me fui a Madrid acompañado del sastre Manuel Álvarez con el taxista Pedro Puerta que había estado conmigo en la brigada 59.

Fuimos a las sastrerías teatrales de Cornejo y Peris Hnos., pero ya tenían comprometidas todas las cabalgatas que podían servir. Después en Disfraces Izquierdo de la calle Amor de Dios, también llegamos tarde pero nos atendió una señorita muy maja a la que piropeamos y gastamos bromas, pues Álvarez era un humorista y caricato, vimos que le habíamos caído bien. Nos despedimos hasta el año siguiente que iríamos con tiempo y al llegar a la esquina de la calle Atocha vi una preciosa muñeca en el escaparate de una bombonería y la compré y subí a regalársela para que no nos olvidara y cuál sería nuestra sorpresa cuando nos dijo Vamos a ver si haciendo mil combinaciones consigo sacar los imprescindibles. Si tienen algo que hacer, pueden volver dentro de un par de horas por si puedo servírselo.

Desde allí fuimos a la calle Toledo y en Caramelos Paco compramos dos sacos de surtidos, los dejamos en el taxi e hicimos un poco de tiempo, cuando volvimos a la casa de los disfraces ya los tenía muy colocaditos en unas maletas de mimbre y tan contentos, nos volvimos a Cuenca.

Se organizó la cabalgara y a pesar de que nos cayó un buen chaparrón desfiló por Carretería con la presencia del ochenta por ciento de la población que no cesaba de aplaudir elogiando la belleza del desfile, jamás conocido en Cuenca. En la casa de la beneficencia repartimos juguetes a todos los niños acogidos y puñados de caramelos a ellos y a los ancianos. También repartimos juguetes en el local que teníamos en la calle Alonso de Ojeda, que luego fue taller de la escuela sindical y hasta la segunda mitad del siglo XX se conoció como Teatro Principal, construido en 1819 y que, según las crónicas, tenía un acogedor aspecto muy acorde con el escenario callejero.

Como la ocasión me lo brinda, quiero dedicar un especial recuerdo a la casa de la beneficencia, hoy residencia provincial del Sagrado Corazón de Jesús, de la que fui director en mis últimos tiempos de vida administrativa, pero prefiero dejarlo para el final de este relato.

Así fue transcurriendo mi actividad dentro del Movimiento hasta que llegó un momento en que mi “parienta” y yo pensamos en casarnos, pero como yo no tenía ni había tenido nunca un sueldo seguro porque he de resaltar que no cobré ni una peseta por nómina en todo el tiempo que fui delegado, ya que sólo me pagaban los gastos justificados. Cuando poníamos sobre el tapete este tema solíamos terminar medianamente pero no había más remedio que esperar a contar con unos ingresos más o menos grandes, que, unidos al sueldo de Petra, nos permitieran formar un hogar.

Surgió una convocatoria para cubrir varias plazas dentro del movimiento y logré la de jefe de obra sindical de artesanía en propiedad, y al poco tiempo interinamente la de educación y descanso. Como jefe de la artesanía pasé unos días en Madrid haciendo unos cursillos y excuso decir que disfruté enormemente por estar junto a mi novia, con la que ya podía hablar del futuro que cada día veíamos más cerca.

A los pocos meses cesé como jefe de las OOJJ y me nombraron delegado de deportes y secretario del consejo que se formó para la construcción del campo de deportes, hoy estadio de la Fuensanta, ubicado en terrenos graciosamente cedidos por Federico Muelas.

Nuevamente convocatoria para varias plazas, entre otras salió la de jefe del departamento provincial del servicio social de la mujer. Me presenté a la oposición y me la dieron. Petra se vino a Cuenca y ya decidimos casarnos el 29 de Junio, día de su santo y cumpleaños.

En los primeros días de junio les escribí a mis padres dándoles la noticia que, por cierto, no recibieron muy gustosos alegando que su situación económica no les permitía sufragar los gastos que la boda lleva consigo, y como yo les dije que no necesitaba nada más que su consentimiento, tras tratar de retrasar la fecha y viendo mi empeño, accedieron.

 

El 24 de junio de 1942

les comuniqué que nos casábamos el día 29 haciéndoles echar la lengua fuera, y se vió cumplido nuestro deseo a las seis de la tarde en la iglesia de San Jerónimo el Real. A la boda siguió una merienda en los salones del café María Cristina, que estaban en la calle mayor número 6. Conservo la minuta. Como contábamos las “pelas” el viaje de novios lo hicimos a Toledo porque no daba para más. Pernoctamos en el hotel Castilla, hoy desaparecido.

Conseguimos un piso en la calle ancha número dos que tenía salón-comedor, tres dormitorios y aseo, cocina, despensa y un enorme camarón y pagábamos 70 pesetas de renta mensual. En este piso nacieron los tres hijos y contando con nuestros sueldos y las ayudas de harina, judías, garbanzos, lentejas, aceite y matanza que venían de Palomares, vivíamos bastante bien y sobre todo muy felices.

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JULIO DE 1942

Se organizó la División Azul y yo, muy patriota y muy dolido por cuanto había sucedido no dudé en alistarme voluntario, juntamente con Luis López Culebras, Andrés García Hernaiz, Bernardino López Hernaiz, Antonio Arroyo y la mayoría de los amigos que tenía en Cuenca.

La 250.ª División de Infantería (oficialmente en España División Española de Voluntarios, y en Alemania 250 Infanterie-Division), más conocida como División Azul (en alemán: Blaue Division), fue una unidad de voluntarios españoles que formó una división de infantería para luchar contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial. Se enmarcó dentro del Heer, el ejército de la Alemania nazi. Entre 1941 y 1943, cerca de 50.000 soldados españoles participaron en diversas batallas, fundamentalmente relacionadas con el sitio de Leningrado. Memorias de un cautivo (3/3)

La fecha de salida se fijó para el 4 de julio y en la tarde del día 3 nos concentraron en el Almudí (edificio construido en el siglo XVIII y que sirvió como almacén del Pósito Real, es decir para conservar el grano aportado por los agricultores).

El comandante Castell, jefe de las milicias de FET pasó lista de cuántos salimos voluntarios y al final nos llamaron a los que estábamos casados y nos comunicaron que por orden de la superioridad no podíamos incorporarnos a dicha División. Bendita la hora en que se tomó esa decisión. Luego le he dado muchas veces gracias a Dios de que no pudiera ver cumplido mi deseo y en compensación poder seguir gozando de la felicidad del matrimonio y de mi primera hija ERENA, que solamente tenía 80 días y que por cierto era una preciosidad.

La noche esa del 3 hasta las 4 de la mañana del día 4 con los que he citado antes, la pasamos en mi casa y Luis no se cansaba de tener en brazos a la niña y piropearla. Fui a despedirlos al tren especial que se organizó y allí les di un abrazo muy entrañable, sobre todo a Luis con el que compartí todo el cautiverio y que nos queríamos como hermanos. No volvió porque el día 2 de diciembre murió en el frente de Wolchow. A Andrés lo hirieron el día 2 de noviembre en Nibiskino.

En Valencia también se alistaron mis hermanos Santiago y Pedro y sólo pudo ir Pedro que hizo la campaña en artillería y tenía de capitán a nuestro querido amigo y compañero del Colegio Maravillas, Emilio Villaescusa Quilis

Hacia el mes de marzo de 1943  la diputación provincial convocó unas oposiciones para oficiales, tomé parte en ellas y obtuve una de las plazas, Como es natural este nuevo paso fue el definitivo para consolidar una colocación digna. Estaba francamente bien, pero queriendo mejorar hice las oposiciones de Gestores Administrativos y también conseguí el título. Pedí la excedencia en la diputación y monté la Gestoría *****, que fue un éxito, pero trabajando mucho. Después también se hizo gestor administrativo Petra y a su nombre funcionó el negocio durante unos meses, pero como quiera que tuve una parálisis facial y pasé una temporada bastante molesto, decidimos volver a la vida tranquila de la Administración.

Cuando se crearon las comisiones provinciales de servicios técnicos, me ofrecieron pasarme a ella, pero sin perder mi condición de funcionario provincial y acepté. En este destino conocí a varios ingenieros del Ministerio de Obras Públicas con los que tuve varias ocasiones de asistir a recepciones de obra, etc., y uno de ellos, D. Salvador Canals, me ofreció una plaza de administrativo en la junta de abastecimiento de agua a los pueblos de la sierra de Guadarrama y le dije que contara conmigo. Reunida la junta el día 5 de mayo de 1964 acordó mi nombramiento y el día 11 del mis mes tomé posesión.

Mejoré bastante el sueldo y allí estuve hasta que en virtud de un Decreto desapareció la Junta y nos integraron en la Confederación Hidrográfica del Tajo. En el nuevo destino tuve temporadas buenas y otras no tanto, pero ya había que aguantar porque volver a Cuenca era una locura. Petra se vino trasladada en el año 1966, quitamos la casa de Cuenca y nos embarcamos en la compra de un piso en Madrid, y gracias a Dios, todo se fue arreglando bien y podíamos disfrutar de la compañía de nuestros tres hijos.

Quiero dedicar un cariñosísimo recuerdo a mis “chicas” del “Tajo” así como a algunos compañeros y jefes, muy especialmente a los que me rindieron un inolvidable recuerdo con motivo de mi jubilación. Al cumplir los 65 años me jubilé por la mutualidad de la construcción y en contra de lo que opinaban mi mujer e hijos, pedí el reingreso en la Diputación porque yo no quería de ninguna manera perder los derechos que pudiera obtener jubilándome por la Munpal.

 

19 DE ABRIL de 1943

Reingresé y me dieron la jefatura del negociado de beneficencia y obras sociales, pero al jubilarse D. Simón Calvo como director de la Residencia Provincial del Sagrado Corazón de Jesús, me propuso el presidente, Ángel Álvaro que me hiciera yo cargo de ella. En principio lo pensé mucho pues yo no veía muy fácil desempeñar el puesto que durante muchos años había estado en manos nada menos que de Monseñor Calvo Pina que, por otra parte, y como dije al principio, era gran amigo mío, hasta tal punto que creo que yo era el único seglar que lo tuteaba, hay que tener en cuenta que cuando yo le conocí, ni siquiera había cantado misa. También pensaba cómo me iban a recibir las monjas acostumbradas a la sotana con vivos y botonadura roja del arcipreste al ver quién le podía sustituir era un seglar, para ellas totalmente desconocido, pues no en balde faltaba de Cuenca desde 1964.

Al final me encomendé mucho al Sagrado Corazón de Jesús y le ofrecí mi entrega total pero humildemente, por entenderse que ante un puesto de servicio como ese, pasara lo que pasase no podía desertar ni por impaciencia ni por desaliento y mucho menos por cobardía. Había que darse plenamente a todos los que más lo necesitaban.

Me presenté al presidente y le di cuenta de mi aceptación , agradeciéndole que se hubiera acordado de mí para un puesto tan precioso. Desde hacía tiempo mi hobby consistía en visitar a enfermos y necesitados y mira por dónde, desde el día 1 de junio que tomé posesión se pusieron ante mí nada más y nada menos que 349 ancianos de los que había 80 inválidos y 22 subnormales, 119 niños de 4 a 18 años, algunos subnormales, en total 468 residentes y guardería infantil con 68 plazas.

Antes de terminar, quiero dedicar un nuevo recuerdo a mi primo Antonio **** que coincidentemente desapareció, casi seguro que fusilado cuando estaba en el frente de Extremadura, precisamente el mismo día que yo me evadí de la cárcel de Figueras, el 3 de febrero de 1939.

Dije que cuándo nos evadimos en la huída tuvimos que dejar al bueno de Antonio, pues bien en uno de mis viajes a Madrid en el año 1940, quizá cuando fui a lo de la cabalgata de reyes, se me ocurrió ir a la residencia de los padres que llevan la iglesia de San Francisco el Grande para preguntar por Antonio y cuál no sería mi sorpresa cuando me dijeron que vivía allí y que casi seguro estaría en su habitación. Efectivamente, bajó y tuvimos un encuentro muy emocionado y me dijo, Tengo un regalo para ti. De ninguna manera podía imaginar lo que era. Subió a por él y me entregó un sobre que contenía alguno de los pedazos de las cartas de Petra que eché al fuego al evadirnos y que, como él volvió a la casa en dónde estuvimos, cuando llegó encontró la lumbre apagada y esos pedazos que no se habían quemado en su totalidad. Los conservo como si de un relicario se tratara.

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EN MAYO DE 1963 

Impulsado por Paco Olarte y otros amigos de Cuenca, me decido a hacer un cursillo de cristiandad y durante toda mi vida no podré dar las suficientes gracias por el trascendente cambio que me proporcionó el encuentro que viví durante aquellos tres felices días.

En afán de conectar con verdaderos amigos, pensé que podía intentar localizar a mis compañeros del Colegio Maravillas, a muchos de los que no había visto desde mi salida del colegio en el año 1929 que al terminar 2º de bachillerato mi padre creyó conveniente sacarme de él, porque ya se barruntaba una próxima descomposición social y temía por la seguridad de las comunidades religiosas.

Me llevó al colegio San José en la calle de los Estudios número 3, del que era director D. Teodoro García Villanueva. Estuve interno y allí terminé el bachillerato. Recuerdo que al llegar al colegio estaban desempapelando el salón de estudio y allí subido a una escalera, conocí a su hermana Petra que es nada más y nada menos que mi mujer.

Decía que salí del Maravillas en 1929 y de vez en cuando iba al colegio a ver a los amigos hasta que el 11 de mayo de 1931 lo incendiaron teniendo que salir los alumnos huyendo de la quema.

Por aquellas fechas, o sea 1933 o así, la empresa del Teatro Pavón la llevaba el padre de Balbas y con él íbamos de “gorra” a ver las revistas que se representaban. Las Leandras la vimos cantidad de veces. También veía a Jesús Martínez, por la Universidad pues los dos empezamos Farmacia y ninguno la terminamos, de lo que yo no me arrepiento porque mi final hubiera sido en la rebotica de Palomares jugando al tresillo con el médico, el cura y el maestro. Día un rumbo muy distinto a mi vida y gracias a Dios hoy disfruto de una situación que nada me hace envidiar a los que terminaron carreras universitarias.

Pues bien, ya instalado en Madrid cogí la guía telefónica y con los primeros que contacté fueron Enrique García del Busto, Balbas y Jesús, les expuse lo que pretendía y empezamos a recordar nombres y luego a localizarlos con la ayuda de unas “perseverancias”, revista que periódicamente publicaba el colegio. En el ejemplar de fin de curso publicaba fotografías de cada una de las clases y resúmenes de notas obtenidas, etc., y así pudimos recopilar 105 nombres de todos los que fueron nuestros compañeros de 2º de bachillerato y siguientes. Buscamos las direcciones, que no fue tarea fácil y convocamos a todos para reconocernos, pues después de 35 años seguro que sería difícil de no saber que nos íbamos a reencontrar. Así por ejemplo, cuando me cité con Enrique Cortés en la cafetería Meba de la calle General Sanjurjo nos identificamos porque cuando concertamos la entrevista ya dijimos las prendas que llevaríamos puestas.

Poco a poco nos fuimos juntando y es de risa las escenas que vivimos hasta convencernos que cada uno era el que decía ser. Acordamos fijar un día a la semana para tomar café en tertulia y deseábamos llegara el viernes para vernos y recordar las diabluras de cada uno en la inocencia de los once o doce años.

Luego nos reuníamos periódicamente para comer o cenar juntos y alguno propuso que lleváramos a nuestras respectivas esposas, dudamos en hacerlo pensando que como ellas no se conocían para nada, podría dar lugar a algunos distanciamientos pero, afortunadamente, ocurrió todo lo contrario, entre ellas se compenetraron perfectamente, sin duda por participar de la alegría y satisfacción que mostrábamos los esposos.

En cada boda de nuestros hijos nos juntábamos como también en momentos de dolor. Así continuamos unidos como buenísimos amigos y en algún caso, como por ejemplo, entre Perico Parages y yo, hemos llegado a tener un trato quizá mayor que entre muchos hermanos. A pesar que estamos quedando como cocheros con algunos como por ejemplo, con Enrique Cortés, quiero hacer constar que no lo olvidamos pero en este caso, como en algún otro, me considero fracasado por no poder conseguir que al menos una vez al año le hagamos una visita. Lamentaría tener que, en nombre de todos, entonar el mea culpa en un futuro caso.

En plan estadístico diré que localizamos a 39, que con todos nos hemos visto, menos con Albino Merarín Leiraga que marchó a Estados Unidos. Que sepamos en la guerra desaparecieron 10, tenemos los nombres y apellidos de todos. Desgraciadamente de los 39 localizados, nos dejaron 10 más. Pero a propósito de desaparecidos, quiero contar lo que me ocurrió hacia 1971, fue lo siguiente:

Por razones profesionales tuve que pedir el reingreso en la Diputación de Cuenca. Iba los lunes y volvía los viernes, alguna semana el jueves. El viaje solía hacerlo en el Talgo y una tarde de jueves dirigiéndome a Madrid, coincidí en el mismo vagón con un amigo de Jabalera, José Alique, que se quedaba en Huete. Nos pusimos a charlar y un señor que ocupaba un asiento anterior al nuestro se levantó para dirigirse a los servicios, me quedé mirándole y le dije a José, ese señor tiene un parecido enorme con un compañero mío del colegio que, de no saber que no mataron en la guerra, diría que es él. He de aclarar que cuando escribí a cada uno la carta que dirigí a éste me fue devuelta con nota del cartero indicando que lo habían fusilado en la guerra y, consiguientemente, le tenía en la relación de desaparecidos.

A pesar de conocer este detalle tan importante puse atención para observarlo cuando volviera del servicio y aun le encontré mayor parecido. Al poco rato se bajó mi otro amigo y me puse a pasear por el pasillo llegando hasta dónde estaba el espectro que quizá ilusionado yo, cuanto más lo miraba más parecido le encontraba. Armándome de osadía me senté en un asiento frente a él y le pregunté perdone mi atrevimiento, Ud no apellidará Balmaseda, me dijo sí, ¿y de nombre Agapito? Si, ¿natural de Malagón? Si, ¿hiciste el bachillerato en el Colegio de Maravillas? Si, allí lo hice. Pues me vas a perdonar que me dé a conocer ya que veo que no tienes ni puñetera idea de quién soy. Soy Vicente *** ***, compañero de curso tuyo. No se inmutó lo más mínimo porque no recordaba ni el nombre ni la fisonomía. Memorias de un cautivo (3/3)

Entonces le di nombres de compañeros y profesores, algunos le sonaban, pero conocer o mejor dicho recordar, sólo le decían algo los hermanos que tuvimos en las clases y se acordaba bien de Enrique García del Busto porque después del colegio, había coincidido con él en la Facultad de Medicina. Le expresé mi gran alegría y le conté lo que me había sucedido con su carta. Justificó en parte la nota del cartero ya que al que mataron fue a su hermano Antonio. Seguimos contándonos nuestras vidas después de cuarenta años sin vernos y le comprometí para que al día siguiente acudiera al café El Cisne donde tendría la oportunidad de reencontrarse con varios compañeros, le hizo mucha ilusión y prometió que iría.

Al llegar a Madrid llamé a todos y les anuncié que tenía una sorpresa y les pedí que fueran puntuales. Les cité media hora antes de la que había quedado con Agapito y cuándo él apareció ya estábamos todos. Al verlo entrar les dije, esta era la sorpresa y ninguno lo identificó como tampoco él a los demás. En el transcurso de la tertulia todo quedo claro y admirados se extrañaban como había sido capaz de reconocer al bueno de Agapito máximo si tenemos en cuenta que para todos, estaba muerto.

También quiero recordar al impetuoso Alfonso Cernuda Torres, tras tener una vida administrativa muy agitada y poco agradable, enviudó y se quedó sólo en casa con la única compañía de un gato y un perro. Tenía una sola hija, pero parece ser que no se veían frecuentemente. Afectado por unos problemas de riego sanguíneo fue atacado por una gangrena que obligó a que le amputaran ambas piernas, los que lo conocíamos imaginábamos su estado. Con Isicio fui a visitarlo cuando estaba recién operado en el Hospital Ramón y Cajal (el piramidón) y no quiero recordar la impresión que nos causó al verlo sobre un carrito asomando los muñones de los muslos. Nos ofrecimos para cuánto creyera que podíamos serle útiles y nos dijo que no necesitaba nada porque su hija le atendía muy bien. Al cabo de unos días volví y ya no se encontraba en el priamidón, parece ser que lo trasladó su hija a una residencia en Pozuelo, pero no conseguí localizarlo.

Balbas tuvo la paciencia de tomando una foto que teníamos de 2º curso, hacer una composición en la que en los mismos lugares que teníamos en ella puso una foto de carnet actualizada y en los espacios correspondientes a los desaparecidos, los señaló con una cruz. Lógicamente Agapito Balmaseda se identificaba con este signo.

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Final del diario

Fechas inolvidables para mí:

  • 3 de febrero de 1939 Me evado de la cárcel de Figueras
  • 29 de junio de 1940 Matrimonio
  • 22 de Mayo de 1963 Cursillos de Cristiandad
  • 26 de Enero de 1964 Muerte de mi madre
  • 23 de julio de 1965 Muerte de mi padre
  • 26 de diciembre de 1978 Ley 70/78
  • 15 de enero de 1983 Jubilación en el momento más preciso y más precioso

Y ahora te pregunto: ¿En qué grupo me incluirías?

  • Perseguido
  • Huido
  • Voluntario
  • Encarcelado
  • Fugitivo
  • Desertor

Para mí ir a la cárcel significó la pérdida del atributo más precioso del hombre: LA LIBERTAD